Si nada se tuerce, cuando estas líneas vayan camino de la rotativa yo estaré en modo navideño. Modo navideño es modo navideño, vamos, que no me pongo el espumillón de bufanda... bueno, en realidad en alguna cena he acabado haciéndolo. He hecho un intento por fichar un reno luminoso y una familia de osos polares para el equipo decorativo, pero me han parado los pies. Dicen que con la superpoblación de cachivaches colganderos del árbol ya había suficiente, que peligraba la resistencia de la estructura del edificio. Yo, en esto de la decoración navideña, soy partidaria del más es más. Ya sé que queda muy fina y muy elegante la moda esta de las lucecicas blancas, azules o doradas con formas geométricas, no les digo ya nada las tridimensionales... Pero yo soy más clásica, si se puede llamar así. Prefiero aquellas luces de antes, de mil colorines, que dibujaban velas, acebos o, en alardes compositivos luxury plus, incluso olen-tzeros y reyes magos. Menos trendy, sí, pero también más inocente, festivo y acogedor. Es como comparar un Nacimiento firmado por Frank Gehry, si existe, con el clásico belén con castillo más grande que el romano que lo guarda, río de papel de plata, montaña de corcho y fichaje top del playmobil del barco pirata. ¿Es elegante? Pues no. Pero qué más da, es lo que tiene que ser.
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