He tenido un sueño. También lo tuvo Luther King, y acabó como acabó. Y Segismundo, pero no el toxicómano, sino el del teatro. Soñar, soñar, soñamos todos, pero no todos lo contamos. Yo lo voy a hacer. Lo protagoniza Hasmed. Vive en África. Su tía está precupada porque hace unos días partió hacia el Norte. Le ha dicho que se va a Burdeos, donde residen unos parientes, pero ella está casi segura de que se marcha a Vitoria. Sabe que los carteles que ha visto por las paredes del pueblo lo han animado. Escrito en rojo y en mayúsculas, esos carteles están encabezados por un titular: ¡Efecto llamada! Venga a Vitoria a tocarse la vaina mientras cobra ayudas sociales y vive del cuento. Ni ella ni Hasmed entendieron eso de vaina y cuento, pero encontraron en el mapa Vitoria y calcularon la distancia, un poco en broma, un poco en serio. Ahora la tía de Hasmed se ha dado cuenta de que era en serio. Hasmed no tiene dinero, pero ya está en camino. Lleva la chilaba de su difunto padre, y eso le preocupa mucho a la tía. ¿Podrá montar en el autobús sin enseñar las orejas y esa marca de nacimiento que tiene en la nuca? ¿Llegará a Vitoria o se quedará por el camino? Es que esto del efecto llamada tiene sus riesgos, piensa la tía de Hasmed. Hasta te puedes morir. O te pueden matar.
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