lo ha vuelto a hacer. O sea, a no hacer. Van los catalanes y votan a pesar de Rajoy y sus jueces. Y el presidente se retira a sus aposentos a pensar. Y se tira reflexionando tres días antes de resucitar, como si fuera Jesucristo, y volver a la vida para consuelo y amparo de sus desnortados súbditos. Y toma la palabra. Y todos expectantes a ver qué dice el presidente. Pero no hay nada nuevo que contar salvo la ocurrencia de que el independentismo ha perdido las elecciones porque sólo consiguió un voto de cada tres. ¡Hala! Tres días de meditación para soltar una de las chorradas más estentóreas de la democracia. Y pretenderá pasar a la Historia, el gran pensador del régimen que sucedió a Franco. Por lo demás, sin novedad: que si el referéndum era, es y será ilegal, que nunca va a negociar la secesión de una parte de España... Palabras para sus huestes, o sea. Que arreglar no vamos a arreglar nada porque, además de porque no le da, se trata ahora de salvar los muebles y apiñar a los fanáticos que tragan con lo de que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. Hablamos de Podemos, claro, que sigue pisando fuerte y ya, hasta Pedro Sánchez se plantea pactos con los bolivarianos esos. A ver si esos hilillos de plastilina a los que los malintencionados se empeñan en llamar corrupción no llegan a la costa.