Quisiera escribir estas líneas en homenaje a todos esos sufridos peatones gasteiztarras que día tras día se juegan la vida al cruzar las calles de esta ciudad. Es cierto, sí, que abunda en esta metrópoli esa especie suicida del peatón atropellador, no lo negaré. Pero señores, ¿no creen que no es más que el resultado evolutivo darwiniano por la pura supervivencia? A veces pienso en esto mientras espero en algún paso de peatones -por refrescar conceptos, esas franjas paralelas pintadas en blanco que corren de un lado a otro de la calzada en algunos puntos de las calles en los que se supone, se supone, que tiene preferencia el peatón- a que algún conductor despistado tenga a bien frenar y dejarme cruzar. Pero, admitiendo mis pecados como peatón y como conductora, que los tengo, quiero dedicar estas líneas con todo el cariño de mi corazón a ese conductor de camión que el otro día tuvo la innovadora idea de cruzar la última frontera, la I+D+i del tráfico: el paso de cebra es, por fin, señal de preferencia de paso del vehículo. Me lo demostró con su fingida indiferencia, mirada al frente como si no me hubiera visto -compañero, no coló-, yo en medio de la calzada, mientras él aceleraba y yo decidía entre seguir y acabar escachada en su capó o cederle el paso. Opté por lo segundo. Supervivencia.