hace unos pocos días, Felipe González se descolgó con una recomendación de gran pacto de Estado entre el PP y el PSOE para afrontar el momento actual. Sonó a discurso de viejo chocho, de presidente incapaz de asumir su situación de ex, como les pasa a tantos otros. Nadie supo entonces interpretar a qué se refería exactamente el viejo gurú socialista. Enseguida le acallaron desde Ferraz, aunque sin hacer demasiada sangre de su aparente salida de pata de banco. Pero héte aquí que al cabo de poco tiempo va Juancar y dimite. Los medios de comunicación son llamados de urgencia por Rajoy a primera hora de la mañana -para muchos las 10.30 am es madrugada pura- y comienza a materializarse ese, efectivamente, gran pacto de Estado que había predicho pocas jornadas antes el bocazas González, en aras de lo que él ya sabía que estaba a punto de suceder. Como muchos hemos interpretado -la mayoría diría yo-, la abdicación en Felipe VI no es sino una maniobra defensiva para intentar perpetuar un sistema -y la Monarquía es uno de sus símbolos principales- que lleva tiempo ofreciendo síntomas de agotamiento. No vaya a ser que a medida que vayan sucediéndose las elecciones, el binomio PP-PSOE pierda tanta fuerza que ya no pueda sostenerlo más.