Me confieso aficionada a las listas y selecciones del año que florecen, como político inaugural en precampaña, cuando se acerca San Silvestre. Y siempre he encontrado sugerentes las palabras. Así que me topo con la selección de la ídem de 2013 -a cargo de la Fundación del Español Urgente- y me vengo arriba. Redoble de tambores... ¡Escrache! Y me sugiere muchas cosas esta elección. Primero, obviamente atiende a la actualidad de este Estado conflictivo de nuestras entretelas y, dado su significado y su fulgurante carrera al estrellato lingüístico, digamos que no dice mucho -bueno- de nuestros cargos públicos y clase política en general. Por otra parte, escrache ni siquiera aparece en el diccionario de la RAE -aunque sí aparece el verbo escrachar-, una circunstancia anárquica y/o escojonante -elijan- que seguramente no puede ser más española a la hora de elegir la palabra del año en España, tan española como la paella, la sangría o Manolo el del bombo. Al parecer, el escrache viajó hasta este lado del Atlántico desde Uruguay y Argentina -donde por cierto se está excavando nuestra memoria histórica en un juzgado, otra lección que nos dan a los europeítos de la metrópoli-. El escrache se empezó a utilizar en estos países en los medios en el contexto de las investigaciones en los 90 de sus dictaduras y aterrizó en España en 2013 para hablar de otra dictadura, la de las hipotecas abusivas y la tragedia de los desahucios. Todo esto detrás de una palabra. Reflexión, drama, belleza, sabiduría e incluso ironía en apenas ocho letras.