catalunya volvió ayer a convertir la festividad de la Diada en una masiva reclamación de sus derechos democráticos y situó ante los ojos del mundo sus anhelos de soberanía. La amplia cobertura que los medios internacionales dedicaron al despliegue de la Vía Catalana -una impresionante cadena humana que cubrió 400 kilómetros de un extremo al otro del país-, copia intencionada de la concentración que en 1989 atravesó Letonia, Lituania y Estonia antes de la independencia sus respectivas repúblicas, y la colocación de los mensajes del president Artur Mas y del conseller Francesc Homs en The New York Times y The Guardian con sendos artículos -el primero de ellos con una desafortunada alusión a la fiscalidad vasca como agravio- confirman que la reclamación catalana es un problema que sobrepasa ya el ámbito del Estado español. Y que va más allá de los límites del desdén con que el Gobierno de Mariano Rajoy prolonga los históricos errores que han desembocado en el masivo desafecto de la sociedad catalana. No se trata ya de las tensiones entre Barcelona y Madrid, ni siquiera de las diferencias socioeconómicas y culturales que han distinguido a Catalunya y España, sino de que los catalanes han interiorizado mayoritariamente la convicción de que su pertenencia al Estado toca a su fin. Las últimas encuestas revelan que más de la mitad de los catalanes votaría hoy a favor de la independencia y sólo el 24% lo haría en contra. Ignorar esa realidad o intentar ponerle diques al mar sería incurrir en el mismo error por parte del Gobierno español y echar más gasolina a un conflicto de imprevisibles consecuencias políticas. Los catalanes hicieron ayer una rotunda demostración de alarde y la Via Catalana simbolizó una tendencia que no tiene marcha atrás, y a la que el Govern de Artur Mas se vio incluso obligado a subirse a la marea, como ya lo hiciera en la multitudinaria Diada del pasado año. Y ante este escenario, el ansiado pacto fiscal es ya una fórmula a todas luces insuficiente. La coalición gobernante de CiU y ERC se enfrenta ahora al reto de gestionar esta marea, pero la pelota sigue estando en el tejado del Gobierno Rajoy y el crédito de la política de no hacer nada, esperando que el problema catalán se diluya por sí mismo, ya se ha agotado.
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