ÉRAMOS pocos y parió la abuela. En estas tierras infrapirenáicas y supraafricanas el no imputado empieza a ser rara avis. En fin, es lo que hay. Pero voy a romper una lanza por este Estado hecho unos zorros. Algo debe de funcionar aún. Mal, tarde, despacio... pero algo funciona cuando acaban saliendo a la luz los trasiegos de pasta a Suiza del tesorero de uno de los dos partidos que se alternan en el gobierno de la nación, cuando se acaban conociendo las ingenierías organizativas de algunos cargos públicos para cobrar dinero cuando menos opaco por ejercer funciones que se suponen aparejadas a su alta condición pública o cuando los negocios digamos que poco claros del yerno de un rey o de su hija acaban investigados en un juzgado. Muchas cosas funcionan mal por aquí, pero algunas resisten. Por eso creo que la imputación de la infanta Cristina, más allá de un hecho oneroso para ella y su familia o del desgaste público de los titulares de prensa para una institución, es una evidencia de que quizá esto no es del todo, aunque a veces lo parezca, un imperio de proxenetas del Estado de Derecho, sino una pobre democracia que se resiste a entregar las armas sin defensa. La imputación no significa acusación y la acusación no significa culpabilidad. Llegado el caso, limpiar el cesto de manzanas podridas es solo un ejercicio de salubridad. Y limpiar la podredumbre o plantearse modificar los modelos y las normas en un debate democrático, no solo no debilita la arquitectura institucional, sino que la refuerza.
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