mil veces habremos oído que la mal llamada crisis tiene rostro de mujer. Ciertamente, la ofensiva neoliberal arrincona aun más a las mujeres en las tareas de cuidado y las condena a la precariedad, el paro, la exclusión e, incluso, a prostituirse contra su voluntad. Esta exacerbación del capitalismo patriarcal supone, además, un agravamiento del maltrato de las mujeres, dado que el ahogo económico dificulta la salida de situaciones de violencia.
Sin dejar de ser muy veraces, esas pinceladas tan repetidas refuerzan un concepto de mujer reducida al papel de víctima, de ser débil, pasivo, sumiso y dependiente que nada puede hacer para salir de su situación. Frente a esa foto interesada de la mujer como animal acorralado y desvalido que se promueve desde el sistema, resulta vital reivindicar a las miles de militantes anónimas que, desde los frentes de sus asambleas, el lugar de trabajo o el hogar, siempre contra corriente, mantienen esta sociedad demencial a flote y, día tras día, ponen al mal tiempo buena cara para empujar otro poquito en la lucha por la justicia y la igualdad.
Si miramos al futuro, no parece muy aventurado afirmar que la transformación radical que necesita nuestra sociedad también tiene rostro de mujer. En un momento de preocupante desorientación debida a la desideologización de la izquierda y a la crisis de los partidos políticos y los sindicatos, el feminismo, junto al ecologismo, se nos presenta como el movimiento con mayor potencial para cuestionar un capitalismo patriarcal que no ceja en dilapidar un planeta agotado ni pestañea al valerse de la excusa del género para seguir discriminando de forma sistemática a la mitad de población mundial.
No estoy hablando, claro está, de ese pseudofeminismo oficial, hipócrita y demagógico, que desvirtúa las reivindicaciones feministas al usarlas como coletillas vacías y decorativas en discursos institucionales de carácter anual. Me refiero a las aportaciones que desde la economía feminista y el ecofeminismo se han hecho al movimiento por el decrecimiento y al pensamiento del Buen Vivir y, más concretamente, al nuevo paradigma que proponen esos feminismos frente a los valores masculinos de dominación, explotación, agresíon y competencia que amenazan con reventar el planeta y a sus gentes. Como alternativa al proyecto suicida del capitalismo patriarcal, tenemos al alcance de la mano una sociedad feminizada basada en la cooperación, el compartir, el apoyo mutuo, la solidaridad, la creatividad y la sensibilidad.
Ésta es una receta impepinable que la Madre Tierra nos va a prescribir de todas todas. Está en nuestras manos el interiorizarla y disfrutar de los retos del decrecimiento y la feminización de la sociedad, o tragárnosla a palos permitiendo que el cadáver de este monstruo biocida nos aplaste en su caída. Porque un sistema monstruoso basado en la falacia del crecimiento ilimitado sobre un planeta con recursos limitados y a costa de una población explotada podrá intentar engañarnos con otra huída hacia delante y la promesa de una nueva racha de prosperidad, pero no puede durar eternamente.
La pasividad de la colaboración sumisa y el silencio cómplice no es neutral ni exime de culpa. Así lo afirmaron Jean Paul Sartre o Franz Fanon al denunciar la responsabilidad criminal de todos aquellos franceses que veían prosperar sus vidas mientras miles de personas en la Argelia francesa eran torturadas hasta la muerte por intentar quitarse de encima el yugo colonial. De manera similar, los hombres que ejercen sus privilegios patriarcales en lugar de renunciar a los mismos y combatir su injusticia están alimentando esos abusos con su inacción, y las personas que eligen mirar hacia un centro comercial o un estadio de fútbol tienen parte de responsabilidad.
La peor pesadilla del capitalismo patriarcal y biocida es un movimiento feminista y ecologista irreverente y combativo. A las osadas pertenece el futuro, decía Emma Goldman. Si queremos el futuro, seamos osadas en el presente. Decía la feminista estadounidense Gloria Steinem que no se trata de desmantelarlo todo para volver a empezar, sino de una profunda transformación gradual desde la conciencia de que los medios son el fin.