aprimera vista, la investidura de Artur Mas como el 130º presidente de la Generalitat a la primera votación y por mayoría absoluta -recordó bien la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, que las instituciones de Catalunya son anteriores en muchos siglos a la Constitución- parecería una tesis doctoral recibida cum laude después del acuerdo con Esquerra Republicana (ERC), cerrado en plazo suficiente como para que el proceso no se hubiera de alargar, como se temía, hasta los inicios del 2013.

Y, sin embargo, no se trata más que de la superación de la primera de las pruebas, que suele ser la más fácil en términos de concurso televisivo, incluso de la superación del casting o del examen de admisión universitario que se limita a abrir las puertas a una larga carrera hacia la diplomatura, los postgrados o el doctorado. Si se entiende por máximo título una victoria en un referéndum o consulta de autodeterminación. Para empezar, se mantiene intocada la desconfianza entre ERC, CiU y su gobierno. Los primeros, respecto de la sinceridad y el compromiso a ultranza de la coalición con el soberanismo. Los segundos, sobre el verdadero compromiso de los republicanos con la gobernabilidad.

Esquerra parece haber hecho un negocio redondo. Se beneficiaría del camino al Estado propio, que siempre ha sido el centro de todos sus programas a lo largo de cien años de historia, sin pagar el peaje de las medidas económicas y recortes incluidos por los que tendría que dar la cara en solitario el Govern. Será decisivo en la iniciada estabilidad gubernamental, pero sin mojarse, desde fuera.

Y puestos a rizar el rizo, el brillante político e historiador universitario Oriol Junqueras se perfila, con el apoyo de CiU, en un doble papel inverosímil de socio parlamentario del Govern y, a la vez, cabeza de la oposición, título que es oficial en el Parlament y que le discute Pere Navarro, el líder socialista, con el argumento no exento de lógica de que opositor es el que se opone y no quien se alía con el grupo del gobierno en un parlamento.

El profesor Junqueras y su grupo parecen creerse con mandíbulas de ofidio, dilatables para tragarse presas de tamaño inverosímil por grandes y digerirlas. Algo dudoso en morfología política. Con el añadido de la discrepancia de una parte de sus bases, las que priman la ideología izquierdista sobre el planteamiento nacional.

La alianza podría ser tanto el abrazo del oso de una ERC candidata a liderar el futuro en detrimento de una CiU al borde de la ruptura y en degradación por el desgaste, como también un fracaso republicano como los que implicaron a la colaboración de Heribert Barrera con Jordi Pujol hace más de treinta años o el de la entrega a los tripartitos de Pasqual Maragall y, sobre todo, de José Montilla.

España no dará ninguna facilidad. La postura inicial del gobernante PP es de oposición frontal y castigo. La vicepresidentta del Gobierno central, Soraya Sáenz de Santamaría, ha vuelto a insistir que usarán todos los métodos legales para impedir la consulta o referéndum. Mariano Rajoy no se ha desviado ni un ápice del objetivo. Y, por si faltaba algo, el ministro Cristóbal Montoro ha avisado de que, sin el cumplimiento del tope de déficit, cerrará el acceso al Fondo de Liquidez Autonómica que ha permitido este año pagar las nóminas y a algunos proveedores de la Generalitat.

Aún más, los nuevos impuestos acordados entre CiU y ERC peligran. El Gobierno español ya ha recurrido al Tribunal Constitucional el proyectado sobre depósitos bancarios -el que se preveía con ingresos más productivos- como hizo antes con el pago de euro por receta. Los ideados sobre grandes superficies, tránsito de camiones, refrescos con exceso de azúcar o la recuperación del impuesto de sucesiones son de alcance mucho menor, y no están menos en riesgo.

Las entradas a las finanzas derivadas del aumento del IVA, por poner un ejemplo, van en exclusiva a las arcas españolas. Y frente a la enésima prórroga europea a España para el cumplimiento del déficit, persiste la intransigencia a aplicar la misma comprensión en el ámbito interior con Catalunya.

En resumen, el Gobierno Rajoy se propone tratar al Principat como el oso a Favila. Y los socialistas, relegados fuera de la primera fila del Parlament por sus resultados, ni saben ni contestan. El PSOE ya ha desautorizado a sus hermanos de la sucursal en Catalunya y se ha alineado con el PP -no cabía esperar otra cosa- en la oposición frontal a la consulta o referéndum. Los federados del Principat, por su parte, juegan a Pilatos. Dicen que la facilitarán mediante la abstención en todas las votaciones al Parlament sobre la materia, pero que de participar en decisiones de gobierno o en un gobierno con CiU, nada de nada. Y de la nueva izquierda de Ernest, el más joven de los Maragall, poco cabe esperar. Hasta Iniciativa-verds empieza a mostrar la tibieza preivisible sobre la autodeterminación. Pero esas son ya otras historias.