no se amilanaron ante el fuerte desafío que ya fue la rueda de prensa en la que anunciaron su reivindicación patriótica. No vestían triste y uniformante caqui. No hicieron dejadez de sus atributos de inherente belleza. No pestañearon ante los focos. Su mirada firme, su discurso decidido congregó multitud de medios: quieren estar en primera línea de combate, allí donde silva la muerte, allí donde la vida se sortea a cada instante. Cuatro mujeres soldado norteamericanas, entre ellas dos condecoradas por su valentía en Afganistán, acaban de demandar al Pentágono por su política de mantener a las mujeres lejos de los campos de batalla. La pregunta brota tan respetuosa como incontenida: ¿y si se mantuvieran en retaguardia alumbrando vida? En realidad no queremos ni frente, ni retaguardia, en realidad no queremos nunca jamás, ninguna guerra. Pero si tiembla la tierra, si de nuevo baila el plomo, ojalá no muerdan trinchera, no vistan galones, ojalá no calcen rencor, no anuncien siquiera un luto lejano... Ojalá quede cuanto menos una geografía pura, unas manos limpias, un beso sin mácula? Ojalá que en sus vientres nadie huela pólvora, en sus pupilas sólo la sangre de sus propias entrañas.
¿Hay otra "primera línea" que no pase por la canción de cuna? ¿Quién defenderá el primer latido? No sabemos si creer tan progre, como quizás fatal igualdad. Seguramente nuestro mundo no progresa cuando ellas calzan nuestras ajadas botas de campaña. Seguramente sí avanzará cuando tras milenios de estruendo, ellas consigan parar por fin todos los carros de todos los combates, todas las banderas de todas las ambiciones.
Quizás sí haya división de tareas. La nueva leche sólo mana de sus pechos benditos. Los hombres no podemos alumbrar aliento, tan sólo apagarlo. Sólo de ellas depende el punto y seguido, el nuevo llanto, sólo de ellas el futuro sin tregua. ¿Quién medirá su fuerza en balas que "aciertan" y destruyen? Por el contrario su candor siempre acierta. Las almas del mañana hacen cola a las puertas de sus vientres floridos. Ojalá ningún hierro letal en sus manos sagradas, ningún odio en su virgen mirada.
Nos interroga una igualdad que deja el carbón frío y el hogar vacío, que empuja vuestra ternura infinita al fuego insaciable de la batalla.
Koldo Aldai