SIEMPRE convencida de que el mundo animal, excluyendo a la bestia parda del ser humano, esconde algo de la sabiduría que el homo sapiens se dejó en alguna escala de la evolución, me he quedado sorprendida al escuchar una noticia titulada, con gran habilidad todo hay que decirlo, "Panda rico, koala pobre", rollito Peter Strauss y Nick Nolte en Hombre rico, hombre pobre. En fin, la historia es que en el zoo de Madrid los entrañables ositos panda viven a cuerpo de rey -algo tendrá que ver el tráfico de influencias con La Zarzuela-, con zonas exteriores diferenciadas para adultos y crías, una habitación interior con cuna (no sé, no me imagino a mamá/papá osa panda acunando a su retoño, pero oye tira millas) y otra zona a la que sólo acceden los cuidadores. 400.000 eurazos del ala al año. Y luego están los pobres koalas, que un par de jaulas más abajo viven en una pequeña habitación, y aquí viene lo bueno, ambientada con dibujos que pretenden imitar los bosques australianos. No te jode. Yo soy koala y le meto el póster al cuidador entre moflete y moflete, ya me entienden. Y he aquí como la diferencia de clases llega al mundo animal y como a los pobres osos panda, tan chinos ellos, se les convierte en adalides de eso del comunismo de mercado en el corazón de la Villa y Corte, que no sé si Esperanza Aguirre estará bailando un chotis de alegría o armándose para repeler al ejército rojo. Sólo me quedan dos cosas por decir. Una: los panda no son peluches, no son monos, son osos. Un respeto. Dos: camaradas koalas, ¡viva la revolución!
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