Dentro de un mes largo la puerta de la política se abrirá para algunos que entrarán en ella por primera vez -como concejales o junteros-, otros repetirán o escalarán mayores cotas de poder y los menos dejarán este camino y volverán sobre sus pasos a sus tareas o trabajos anteriores. Se abre para algunos un camino largo, lleno de retos, de propuestas, de poder, de información privilegiada; en definitiva, pasan a ser una escala elevada de ciudadanos dentro de la propia sociedad a la que dicen representar. Todos con sonrisas, con su semblante más fotogénico, muy dispuestos al diálogo y a estrechar manos.
Pero la sociedad está harta de escuchar promesas, de ver obras inconclusas, de oír charlatanería que a veces no se la creen ni los propios que las proclaman y anuncian. Hasta que algún día alguien proponga un verdadero sistema de evaluación de la gestión realizada por esos representantes del pueblo y sepa dotarse en su caso de las personas cualificadas para representarlo. El camino está por recorrer, pero es bueno echar la vista atrás y ver que las anteriores corporaciones o juntas generales han dejado mucho que desear entre dimes y diretes en las lides políticas, que poco tenían que ver con la calidad de la ciudadanía, sino con su propio beneficio electoral.