El presidente del Gobierno está convencido de que las reformas puestas en marcha por su Gobierno van a permitir la recuperación del empleo. Enciende una vela, se casca una bata que no se pondría Demis Roussos, le saca brillo a la bola de cristal, corona su cabeza con un turbante ornado con pedrería y magia potagia, comienza con sus augurios. Se arremanga, abre esos ojos de cervatillo abandonado que Dios le ha dado como si los tuviera apuntalados, enarca sus cautivadoras cejas y, nada por aquí, nada por allá (se lo ha pulido todo), comunica que los datos sobre el desempleo mejorarán con toda seguridad a partir de este mes.

Se enfada con el incrédulo, con el desconfiado, con el receloso y escéptico Rajoy y le manda a hablar con Dios. El oráculo ha dictado sentencia; el mes que viene todo será cojonudo, maravilloso. Qué más da que el dinero esté más caro o que suban los combustibles y las hipotecas, o que se siga destruyendo empleo, o que cada vez más españoles estén aporreando las puertas de la pobreza. Zapatero vaticina, predice bonanza y trabajo. Y hay que creerle sí o sí. Y el que no fíe en su profecía, se someterá a la condenación eterna por antipatriota, por traidor.

Sólo de pensar lo que queda hasta las generales se me parte el alma. Desesperado me tiene el brujo pirujo que todo lo sabe y que no sabe nada.