la palabra zen casi se ha convertido en un comodín. Hay cremas cosméticas zen que limpian, relajan y dan un aspecto joven; colchones zen que procuran un descanso saludable y reparador; decoración zen que anuncia una estética de líneas puras y relajantes, en la que no hay nada superfluo; en el TGV francés hay incluso un espace zen que, se supone, procura un viaje tranquilo y silencioso, en el que está desaconsejado hacer ruido, cualquier ruido, lo que incluye también charlar y, por supuesto, hablar por el móvil o que suene. En francés hace tiempo que existe la expresión ser zen. Está incluida en el diccionario y es muy habitual como sinónimo de permanecer tranquilo sin reacción emotiva aparente.
Por otro lado, cuando se habla del zen se piensa en algo japonés en relación con el arte, el arreglo floral o la poesía y se confunde con una actitud que buscaría la belleza por la belleza. Es cierto que el zen ha enriquecido las civilizaciones con las que ha estado en contacto produciendo objetos y actitudes de gran refinamiento y atractivo para intelectuales occidentales, pero no tiene nada que ver con la búsqueda de la belleza.
Nuestra civilización es muy hábil; coge conceptos, ideas, formas, técnicas de otras tradiciones, las digiere y las devuelve como producto de consumo de usar y tirar, generalmente caro. Se habla mucho de zen, se aplica a cosas, banales o no, pero poca gente sabe de qué va en realidad.
El zen consiste esencialmente en la práctica de zazen que tiene su origen en Buda, y que no es otra cosa que la meditación sentada, en una postura determinada que le permitió calmar la agitación mental y liberarse del sufrimiento. Es por lo tanto un concepto que tiene que ver con una vía de conocimiento, con una vía espiritual.
Sé que a muchas personas en cuanto se les habla de espiritualidad o de religión se les ponen los vellos como escarpias. Sin embargo, a pesar de que en las sociedades industriales nunca hasta ahora los seres humanos habían dispuesto de más medios materiales y culturales con los que quedar satisfechos; a pesar de que nunca la técnica y la tecnología se habían desarrollado tanto al servicio del confort, a pesar de ello, cada vez es mayor el sentimiento de desarraigo en el que vivimos y la frustración que nos domina. Así que, viendo la deriva por la que transcurre el mundo moderno, cada vez estoy más de acuerdo con la frase de André Malraux "la civilización del siglo XXI será espiritual o no será".
El zen se considera a veces una filosofía, otras, una religión. En realidad no se basa en ningún dogma ni en ninguna ideología. Es una práctica que se basa en la unidad del cuerpo y de la mente, que no tiene nada que ver con lo metafísico y que se materializa en vivir la realidad tal y como es. Permaneciendo en una postura sentada inmóvil, estable y silenciosa, uno se concentra en la observación de todo lo que ocurre, tanto a nivel físico como emocional o mental, pero con una actitud que podría resumirse en dejar pasar. Esta actitud es liberadora porque permite ver la realidad con otra claridad y distinguir lo importante de aquello que no lo es.
El ser humano vive, por un lado, la nostalgia de lo que ha perdido en el tiempo pasado y, por otro, el deseo de aquello que aún no ha conseguido y que el futuro quizás no le otorgue. La nostalgia del pasado y el deseo del futuro le impiden vivir conscientemente el presente y, sin darse cuenta, llega al final de su vida con un sentimiento de carencia. El zen pretende colmar ese vacío, despertar a la urgencia de la vida y ayudar a vivir el momento presente en toda su riqueza.
En Vitoria-Gasteiz, en el Casco Antiguo antes y ahora en el barrio de Zaramaga, hace más de 20 años que hay un lugar de práctica. Hoy sábado tendremos a las 10h de la mañana una iniciación al zazen abierta a todas las personas que lo deseen. La próxima semana, estará aquí R. Doko Triet, maestro zen y presidente de la Asociación Zen Internacional, que viene a dirigir un retiro.