con motivo del recientemente estrenado documental 778-La chanson de Roland, recomendable para los que gusten del cine histórico y además de temática vasca, profano como soy en historia medieval, arqueología o cine, me gustaría no obstante tratar un asunto que considero ha permanecido inalterable desde aquel año 778 hasta nuestro días.
"Para los eruditos franceses, la campaña española de Carlomagno del año 778 sigue siendo hoy una embarazosa nota a pie de página". Así comienza el primer párrafo dedicado a la Batalla de Roncesvalles del libro El crisol de Dios (El Islam y el nacimiento de Europa 570-1215) cuyo autor, el profesor David Levering Lewis de la Universidad de Nueva York, ha sido galardonado dos veces con el premio Pulitzer.
El monje Eginardo, apenas cincuenta años después de los hechos, describe en su Anales de los Reyes francos el enorme ejército que puso en marcha el emperador Carlomagno, unos 25.000 hombres entre infantería y caballería. Un movimiento de tropas que constituyó la primera intervención militar internacional europea. Se trataba de una operación en pinza que, cruzando los Pirineos por Navarra y Girona, se cerraría sobre Zaragoza, donde se unirían a los invasores las tropas abasíes y bereberes, enemigos ocasionales del califa omeya cordobés Abderramán I, el Halcón. Era la primera ocasión en que Dar al-Islam (La casa del Islam, es decir, un Estado musulmán) se enfrentaba a una campaña militar ofensiva de las gentes del Libro cristiano. Entre los oficiales de Carlomagno destacaba Hruodland (Roldán), comandante de la caballería de élite bretona.
Cuando llegaron a Zaragoza, al-Husain, valí de la ciudad, cambió de opinión. En lugar de sumarse a los cristianos, conforme a lo pactado, cerró a cal y canto la fortaleza. Tras un mes de inútil asedio y ante una rebelión sajona en la marca norte de su imperio, Carlomagno condujo su ejército en retirada. Pensó asentarse en Iruñea, que ni romanos ni visigodos ni musulmanes habían colonizado de forma permanente, pero los vascones le negaron el acceso. Levering Lewis cree conocer el porqué y afirma en su obra: "Los habitantes de Pamplona eran cristianos y católicos, aunque el credo vital por el que vivían apasionadamente y morían voluntariamente era la independencia de su tierra". La represalia consistió en la destrucción de la ciudad junto con sus murallas y gran parte de sus habitantes. Esto supuso una mancha en la reputación de Carlomagno, efímera -la mancha quiero decir- porque la reputación se mantiene hasta hoy con la consideración hacia el emperador como "fundador de la Europa cristiana". Una vez más, se confirma el dicho: la historia la escriben los vencedores, incluso aunque en algún momento también hayan sido perdedores. A medida que el grueso de las fuerzas reales descendía desde los Pirineos en dirección a Aquitania, el conde Hruodland (Roldán) y su retaguardia esperaban turno para conducir los carromatos cargados de botín de guerra a través del estrecho paso de montaña de Ibañeta (Roncesvalles). Era la mañana del 15 de agosto de año 778.
Dejemos hablar al monje Eginardo: "Los vascones les obligaron a dirigirse al valle que se encontraba más abajo, batallaron contra ellos y mataron hasta el último hombre. A continuación, se hicieron con el equipaje y protegidos por la oscuridad, que se apoderó de todo, se dispersaron en todas las direcciones. Entre los muertos se encontraban Anselmo, conde de Palacio, y Roldán, señor de los soldados de Bretaña".
La relativa proximidad entre los sucesos y la redacción de Los Anales de los Reyes francos no fue obstáculo para que Eginardo diese una versión manipulada del episodio, sin apenas mencionar la destrucción de Pamplona y glosando lo acaecido en Roncesvalles y su "traición vasca" como "un breve alto en el viaje de regreso". Mucho escamoteo para ocultar el gran fracaso de una campaña que pretendía la derrota del Islam en la Península Ibérica y acabó en fallida estrategia que retrasó la confrontación directa en nada menos que cuatro siglos. Además de la minimización de la sin par destrucción de una ciudad cristiana y de una vergonzosa derrota a manos de unos innombrables.
Ahí no quedó la cosa. 300 años después, un tal Turoldo, fuera quien fuese, escribió en su peculiar francés anglo-normando La Chanson de Roland, una historia que primero se convirtió en la epopeya nacional de Francia, para poco después constituirse en uno de los mitos fundacionales de la cristiandad. El Cantar de Roldán puso a la nación franca como custodia del Occidente, un pueblo elegido para destruir al anticristo musulmán y construir la nueva Jerusalén con la espada y la cruz.
Turoldo transforma a Roldán de notable bretón en sobrino franco del propio Carlomagno y, continuando con la mistificación, narra que el monarca, luego de siete años de triunfal campaña, vuelve a su reino una vez conquistada España. Los sarracenos, desagradecidos, pues el emperador les había permitido mantener la mitad de sus territorios, taimados siempre, acechan la retaguardia de Roldán y le dan fin en desigual combate. Finalmente, Roldán toca su cuerno de guerra, el olifante, y Carlomagno acude en su ayuda, derrota a los infieles y cuando la noche comienza a caer, "no hay camino ni sendero, ni un palmo o pie/ Que no esté cubierto por un franco o infiel". Los prescindibles vascones, protagonistas reconocidos por Eginardo, desaparecen de la épica. De esa manera se desvanece la similitud con lo acontecido, ni tan siquiera con lo escrito por Eginardo.
La saga de Roldán va más allá del martirio de la retaguardia para contextualizar el contacto de la cristiandad y el islam como una lucha épica que no podía concluir hasta que los sarracenos fuesen derrotados y convertidos. La eliminación de los vascos de la saga permite transformar un ataque furtivo sobre un camino de montaña en un enfrentamiento maniqueo entre dos civilizaciones y da lugar al nacimiento de la Europa cristiana por contraposición a las legiones de Mahoma. Un mito fundacional que será imitado y repetido una y mil veces hasta nuestros días.
El relato siempre ha estado presente en la historia de la humanidad, no hay pueblo sin relato. Otra cosa es que el relato se manipule para mantener la mentira de Estado y controlar las opiniones. Cito a Christian Salmon, autor de storytelling, término que podríamos definir como la maquinación para fabricar historias y formatear las mentes: "Tras las marcas y las series de televisión, pero también en las campañas electorales y las operaciones militares en Irak u otra parte, se esconden las aplicaciones técnicas del storytelling".
Es, por tanto, cuento largo: lo que hace mil años Turoldo inició con El cantar de Roland se ha ido perfeccionado hasta nuestros días. Los ciudadanos no construimos las historias, incluso aunque las hayamos vivido. El sentido y significado de las noticias se nos ofrece como papilla lista para el consumo sin que podamos cambiarle de textura o sabor; textura y sabor que nosotros mismos conocíamos o habíamos experimentado y se pretende que olvidemos.
Y llego al principio. ¿Qué hubiese ocurrido de haberse contado la batalla de Roncesvalles (Orreaga) como realmente ocurrió? Quizás poca cosa. Eginardo lo hizo sin mayor trascendencia... en aquel momento. El storytelling de Turoldo tuvo tanto éxito que fijó una leyenda que transformó la realidad. Y ¿qué conclusión sacar de la anulación de los vascones de aquella historia? Una muy importante: los pueblos que no tienen quien escriba su historia están condenados a la manipulación de la misma. Acabarán dando crédito al storytelling que les fabriquen los poderosos; en versión actual, los grandes medios de comunicación, los poderes financieros, el poder político en ascenso.
Es, por tanto, asunto primordial tener medios de comunicación propios, divulgadores de historia que entrelacen los lugares de nuestra memoria y poderes políticos y financieros comprometidos con la comunidad nacional. De otro modo, nunca podremos recitar nuestro Errolanen Abestia tal y como fue.