En primer lugar he de decir que soy fumador y que, mientras el destino me lo permita, seguiré fumando, como diría Pessoa. Ahora mismo, recién estrenada esta hipócrita y estúpida ley que prohibe fumar en bares y restaurantes, pertenezco a un colectivo de apestados.

Según el Ministerio de Sanidad la medida se ha tomado para velar por el bienestar de los ciudadanos. Pero ¿he pedido yo a alguien que se preocupe por mi salud? ¿O será que lo que le preocupa al Ministerio es la salud de sus bolsillos? ¿Cuánto le cuesta a la Seguridad Social el tratamiento para un enfermo de cáncer? Evidentemente, mucho. Pero voy a ir más allá. ¿Le preocupa al Estado que una persona muera en un accidente de coche o lo que realmente teme es que quede maltrecha y tenga que pagarle una pensión de por vida?

Y hablando de coches y puestos a prohibir, propongo que los ayuntamientos fomenten el uso del transporte público y veten la circulación de automóviles en el ámbito urbano, siempre y cuando su uso no sea absolutamente necesario y justificado. Esta medida, unida a la nueva ley, sería muy oportuna para aquellos ciudadanos que se sienten contaminados por el humo de los cigarrillos; para esos que repiten con orgullo intelectual los discursos hipócritas que nos transmite el Poder (llamese gobierno, partidos políticos o televisión); para esos que no ven humo en las calles ni en las fábricas, ni basura en las manos de sus gobernantes.