La intensidad de la crisis económica que nos afecta, de proporciones tectónicas, pone de manifiesto la falta de sincronía entre los tiempos de la economía y de la política. La velocidad a la que se desencadenan movimientos en la esfera económica contrasta con la falta de impulso político para responder con eficacia al reto que representa la necesidad de reinventar una nueva escala de valores o de alterar la cultura del enriquecimiento individual especulativo, y ello se pone de manifiesto en el plano europeo, estatal y vasco.
En nuestro debate político-ideológico se sigue escuchando con fuerza mediática un discurso ideológico que se construye en torno al binomio identidad/bienestar: los nacionalistas se sostiene desde esta orientación, se obcecan y obsesionan por el primero de ambos conceptos (el identitario), mientras que los no nacionalistas centran sus desvelos y su acción política y de gobierno en lo verdaderamente importante: el bienestar de los ciudadanos vascos.
Este simplificador, injusto y falso discurso esconde el deseo de asociar toda reivindicación de mayor autogobierno vasco con una supuestamente voraz e insaciable reivindicación nacionalista. Esta frentista e interesada orientación debe dejar paso, con los tiempos que corren, a posicionamientos que logren encontrar puntos de encuentro entre las diversas identidades que conviven en Euskadi. Defender mayores cotas de autogobierno no supone, al contrario, refugiarse en una primitiva y obsoleta autarquía.
Tampoco, y frente a lo que se vende con frecuencia, consiste en adoptar una actitud egoísta o insolidaria frente a terceros. Persigue dotarse de mecanismos competenciales que no se plantean ni frente ni contra nadie, sino con el objetivo de responder a los retos de la nueva realidad social y económica, derivados de nuestra presencia como Euskadi en Europa y en el mundo.
Suele afirmarse que la ciencia política promete más de lo que cumple y lo cierto es que, hasta el momento, no ha logrado fijar un guión que permita atisbar una salida a la crisis. ¿Y la ciencia económica? Se asimila, desde su impotencia, a la ciencia médico-forense, porque se limita cada vez más a analizar las causas por las que ha fallecido el paciente (la economía) al que debía curar.
Nuestra economía vasca se sustenta en muchos años de impulso empresarial y en una política industrial pionera y audaz, consolidada y reforzada por gobiernos anteriores frente a voces escépticas que la despreciaban (como si de un mero capricho político se tratara) o se mofaban desde la ignorancia ("la mejor política industrial es la que no existe", se llegó a afirmar). Y se fijaron así bases sólidas, desde los años ochenta, en nuestro tejido productivo y educativo. El nivel de nuestra formación profesional, por ejemplo, es comparable al alemán, y la formación es garantía de productividad. Sacralizamos en exceso, y con demasiada frecuencia, los parámetros o indicadores macroeconómicos, como el PIB, que marca, en efecto, un crecimiento cuantitativo, pero que no es un indicador infalible para medir la prosperidad y el bienestar. Y detrás de esos indicadores, y de las visiones comparadas, hay que valorar el diferencial de productividad.
No es casualidad que nuestras empresas obtengan buenas notas en esta comparativa respecto a las españolas. Y esto no es un engreimiento colectivo frente a nadie. Es una evidencia, que no debe frenar la laboriosidad ni la disciplina para salir adelante, pero que debe colocar a cada cual en su lugar, y que exige recetas no miméticas ni idénticas. Ante economías divergentes, ante diferenciales de eficacia económica entre Euskadi y España tan importantes como las que cabe apreciar en sectores específicos, no cabe aplicar unas medidas uniformes.
Como dicen los expertos (y esto es extrapolable a la economía), la diferencia entre la medicina y el veneno está en la dosis. No basta con hacer seguidismo ciego y acrítico de todas las medidas propuestas por parte del Gobierno español. Debemos proyectar sobre Euskadi un elenco de respuestas específicas frente a la crisis y, para ello, es necesario e imprescindible desarrollar todas nuestras competencias pendientes. Por responsabilidad y por liderazgo político.