Lo malo de pasar horas delante del televisor es lo que tiene de pasividad social, de no saber buscar otras formas de llenar el tiempo de ocio. Es la demostración empírica de que algo no funciona. La lectura, la conversación, la tertulia familiar, la reunión de amigos o el estudio han pasado a ser cosas de otro mundo.

Esta cuestión adquiere cierta gravedad cuando son los niños los que pasan muchas horas ante los televisores, hasta una tercera parte de las horas que están despiertos, y fuera de los horarios infantiles. El Código de Autorregulación de contenidos en horario infantil, rubricado por las cadenas televisivas y el Gobierno, ha sido infringido por todas las cadenas muchas veces.

Los jóvenes que avistan la televisión tres horas cada día alcanzan un mayor riesgo en el interés por su adiestramiento durante la juventud y en el arranque de su existencia adulta, según una investigación efectuada por la Universidad de Columbia y el Instituto Psiquiátrico de Nueva York. Por otra parte, la Directiva de Televisión sin Fronteras exige a los Estados y a la Comisión Europea que impongan a las cadenas televisivas, refrendar códigos de conducta por los que se comprometan a no difundir anuncios de la conocida comida basura en las programaciones para niños pequeños.

Hay que lograr que la televisión sea más abierta, más libre y, sobre todo, realizada desde la pluralidad y la diversidad. La televisión es una ventana abierta al mundo desde las distintas perspectivas animando sus respectivos proyectos informativos. Hay que poner los medios pertinentes ante la epidemia de vulgaridad y erotismo que nos inunda y que sólo consiguen degradar al telespectador.