COMO cada 4 de agosto, cuando el reloj de la torre de San Miguel marque las seis, la plaza de la Virgen Blanca, sin duda tan abarrotada como los últimos años, explotará de alegría al ver descender a Celedón, símbolo de las fiestas de Vitoria. La capital alavesa se convertirá desde ese momento en un espacio abierto de libertad, fiesta y convivencia, la mejor manera de olvidar las obligaciones y rutinas del resto del año; y no sólo eso, porque quedan aparcadas también durante los seis días de jolgorio las numerosos fricciones a los que la política municipal tiene acostumbrada a la ciudadanía: auditorio, estación intermodal, soterramiento, nuevas líneas del tranvía, retrasos en los arreglos de las piscinas, tráfico, aparcamientos, redensificación, participación ciudadana, marquesinas, juicios, denuncias... Los blusas y las neskas están llamados a convertirse en el alma festiva de Gasteiz, porque son ellos y ellas, junto a las txosnas, quienes mantienen el espíritu popular de La Blanca, más allá de la oficialidad institucional de un programa un tanto rígido. Es hora de disfrutar, es cierto, pero tampoco sobra una justa medida de prudencia, tanto durante la jornada de hoy como durante el resto de las fiestas. Porque la bajada de Celedón, además de ser el banderazo de salida de las fiestas patronales, es un momento de incontenible explosión de euforia que en ocasiones puede derivar en comportamientos incívicos, y éstos revisten mayor peligro cuando en unos pocos metros cuadradas se concentran, como es el caso, decenas de miles de personas, muchas de ellas ansiosas de mostrar su rechazo a las autoridades, siempre presentes en la balconada; y porque durante estas jornadas las drogas -legales e ilegales- son el santo y seña de muchos momentos de la fiesta, y en ocasiones el exceso con estas sustancias deriva no ya en incivismo sino en agresiones sexuales, como ocurrió durante los pasados sanjuanes en Azpeitia y hace tan sólo unos días en Baiona: en La Blanca, en Vitoria-Gasteiz, caben todos, pero sobran quienes no acaban de entender que las fiestas no son un espacio de impunidad, quienes no aceptan que el no sigue siendo no, quienes se creen con el derecho de convertir las fiestas patronales en espacios de peligro para las mujeres. Es hora de disfrutar la fiesta en paz.