LOS peores augurios superan las previsiones. La EPA (Encuesta de Población Activa) nos dice que hemos cerrado 2009 con más de 4 millones de parados (4.326.500), de los que más de un millón se han producido en este último año (1.118.600). Falta trabajo porque el tipo de economía globalizada en el que nos han metido prioriza las pesetas -léase euros, dólares, yenes, yuanes, etc- sobre las personas. Reina la competitividad y la productividad sobre la responsabilidad en el comportamiento de la empresa. El proceso productivo se ha troceado de tal manera que para producir un bien (léase automóvil, lavadora, ordenador...) el grado de empresas grandes, medianas y pequeñas, que intervienen es abusivo y la cadena de subcontrataciones que se produce desconocida e inhumana. Con frecuencia se da el caso de que para "sacar al mercado" un producto hayan intervenido trabajadores de varios países e incluso de varios continentes. Por ejemplo para producir una lavadora, la chapa se fabrica en un país, el bombo en otro, el cableado en otro, el material eléctrico en otro, un componente electrónico en otro, etc. Y otro tanto ocurre con la mayoría de los productos de los que nos rodeamos en nuestra vida cotidiana en las sociedades enriquecidas. La empresa no conoce fronteras para fabricar su producto y dispone de todo el mundo para obtener mejores "costes laborales", para ser más competitiva y productiva. A ello debemos añadir que allá donde vaya va a ser recibida con las manos abiertas por las políticas y políticos de turno para que contrate e invierta en ese territorio. Hasta aquí todo muy bien. El problema empieza cuando vemos que el precio de la competitividad es la destrucción del empleo y nos encontramos con que una empresa como Telefónica España logra unos beneficios multimillonarios a la vez que despide a 60.000 trabajadores a lo largo y ancho del mundo. Y lo mismo ocurre con otras tantas grandes empresas que generan despido en las matrices y en toda la cadena de empresas auxiliares en aras de la malograda "competitividad" y "productividad". Asimismo vemos los desequilibrios que este sistema productivo provoca, con millones de personas obligadas a emigrar de sus pueblos y ciudades debido a esta lógica diabólica. El sistema esta fallando y provoca sufrimiento y muerte a raudales. Debemos invertir su lógica y situar el trabajo por encima del capital, porque todo ser humano tiene su dignidad y el trabajo es la manera más directa que tiene la persona de protagonizar su vida en la sociedad en la que vive.
Santiago Martínez
Vitoria-Gasteiz