Hay una esencia elíptica en el pensamiento ausente de rémoras banales que va a lo hondo y desoye el bullicio incesante del mundo y tiene mucho que ver con la inteligencia emocional y la poesía. Abro la claraboya de la buhardilla desde la que escribo estos borrones. Apenas amanece con tenue timidez en un cielo insuflado de luz y a veces, coincide con el óbito recurrente y tardío de una luna seminada por esa misma luz leve y penetrante. Surge en mí una intensa emoción en forma de gratitud a la vida, pese a sus rémoras y cuitas arrolladoras y temiblemente purulentas.
Al sentarme en mi escritorio, soy consciente de que se ha borrado de un plumazo un valor elemental: la gratitud. No sentimos la más mínima gratitud por nada ni hacia nadie, como si tuviéramos todos los derechos reservados y nada que agradecer.
Es sólo un apunte madrugador para un domingo cualquiera, de un mes cualquiera, de un año cualquiera, de una vida cualquiera, si acaso fuéramos hombres asomados a las claraboyas de los días sin tiempo cierto y con vida incierta por soñada o anhelada cuando el presente se nos cae entre los dedos y nunca más supimos de él. Es sólo un apunte mañanero.