ME contaba Félix, buen amigo y mejor médico de familia, la propuesta canalla de un tal médico Hajo Harms, alemán de Alemania, quien, partiendo de la escasa esperanza de vida de los tercermundistas, proponía reducírsela aún un poco más quitándoles un riñón. Con el riñón que les quedase y los 30.000 dólares que se les pagaría por la donación, los tercermundistas podrían vivir mejor lo que durasen. Al médico Hajo, matasanos sinvergüenza y arrogante, se le paró el reloj en la era de los experimentos, o sea, cuando a los judíos y a los gitanos les metían aire por el culo a ver si volaban, un suponer. El doctor Hajo, matasanos despiadado y jugador de ventaja, opina que los tercermundistas son gentes de vida breve y atormentada que arrastran sus hambres, sus bubas y sus miserias por selvas, sabanas y desiertos, como almas en pena. El doctor Hajo, tratante fullero y cambista de vísceras, anuncia como un chamarilero su tenderete de entrañas indigentes apoyado en el eslogan: "Véndeme un riñón. Para la falta que te va a hacer...". Y si el negocio prospera, ampliará sus ofertas a órganos y miembros varios. El doctor Hajo sueña con remesas de vísceras tropicales llegadas en contenedores, y él de intermediario, forrándose, remendando los achaques de la sociedad de la abundancia. No le harían ascos, no, los racistas como él, a un brazo de watusi o a un testículo de zulú a la hora de recauchutarse. Hasta que salga algún tercermundista astuto que, aprovechando las perrillas que cobró, se monte el negocio de los petachos in situ, sin gastos de exportación.
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