Dicen que la ira es mala consejera. No es que sea mala consejera, es que es mala a rabiar, nunca mejor dicho. A pesar de ser dañina y que todo el mundo sabe que la tiene que evitar, es muy difícil, a veces imposible, librarse de ella.
Si se cae en la ira, se descontrola uno y las consecuencias pueden ser muy perjudiciales porque, no solo se trata del daño que se inflinge al otro, sino del que se causa a uno mismo y que se traduce en palpitaciones, nerviosismo, dolor de cabeza, de estómago, hipertensión arterial, insomnio, etc. Son los resultados físicos, pero psíquicamente hay sentimiento de culpa, frustración, induce a la depresión y genera un desasosiego difícil de controlar.
¿Yo ‘soy así’?
La ira estropea las relaciones afectivas y da un ejemplo pésimo a los hijos e hijas si se desencadena en casa, en presencia de los chavales. La socorrida excusa de “Yo soy así” es de una pobreza mental que da pena. Lo primero que hay que hacer es no ser así. No todo el mundo reacciona con ira ante las mismas situaciones, es una cuestión de carácter, educación, ambiente, edad y estado emocional previo al suceso. Hay gente que es tan susceptible que asusta. Son personas inseguras, desconfiadas, que creen que todo el mundo está contra ellas. No se puede decir nada que les parezca dudoso y, cuando se hace un comentario desfavorable de una tercera persona, en presencia de un susceptible, hay que tener cuidado en que no se dé por aludido, porque la liamos.
Cuando la ira ataca al irascible
Hay que tratar de estar preparado para no caer en la ira o por lo menos disminuir la frecuencia. Si llega, hay que saber manejarla, apaciguarla y reconducirla. Aprovechar la fuerza con que nos ataca para librarnos de ella, como se hace en la lucha de karate.
Se han propuesto muchas maneras de resistir al empuje de la cólera, pero creo que son demasiado difíciles de cumplir. Por ejemplo, hacer respiraciones profundas durante un rato. No creo que nadie esté para eso cuando le sublevan, no surtirá efecto y se sentirá ridículo. Otra manera es contar, los optimistas dicen que hasta 10 y los pesimistas hasta 100, antes de reaccionar a la supuesta agresión verbal. No sé si la cuenta se hace de uno en uno o de diez en diez. Otra es hacer ejercicio. Se le dice al contrario: “Espera que voy a dar unos saltos y hacer unas carreras para tranquilizarme”. En fin, consejos absurdos.
No dar ventaja al tóxico
Es muy difícil que nos ofenda lo que dice alguien al que no conocíamos antes de la situación conflictiva. Lo habitual es que nos saque de quicio alguien a quien ya conocemos. A la gente tóxica hay que evitarla, no digo yo salir por piernas, sino no entrar en discusión con ellos. Unos saludos y si quiere comentar cualquier cosa, decirle que uno no está de humor para hablar o que tiene que ir, urgentemente, a recoger margaritas en La Pampa. Cualquier excusa es buena y si al otro le parece algo despectivo, tiene un problema. Que se lo cuente a su psicólogo.
Otro consejo excelente es dar la razón a todo el mundo o, por lo menos, no discutir. En una discusión, el culpable es siempre el que tiene razón. La única manera de ganar una pelea es no empezarla, lo demás es dar cartas de ventaja al tóxico.
Como somos lo que hacemos todos los días, hay que ir acostumbrándose día tras día a tomar las cosas con calma y con una cierta distancia y eso sólo se puede practicar donde estamos todos los días, en casa y en el trabajo. En estos dos sitios sí que no podemos huir de las situaciones conflictivas, se presentan con una frecuencia que nos desborda. Por ahí se empieza.
La ira más habitual es la que se produce en la familia, entre la pareja o con los hijos. Como dentro de la familia nos conocemos todos bien y sabemos con bastante certeza cómo reacciona cada uno en determinadas ocasiones, hay que procurar no provocarlas. Eso de buscar la boca al otro es muy corriente. Luego, tener preparada alguna respuesta tipo ante situaciones ya vividas, para que cuando se vuelvan a producir, que se producirán, no decir lo que otras veces ha levantado ampollas. Y no insistir cuando se ve que la otra parte no va ceder en ese punto. Es bueno también procurar decir las cosas con una cierta dosis de humor. Que no parezca que en casa se está representando una tragedia griega.
¿Qué hacer cuando ya hemos caído en ella?
1. Pedir perdón. La culpa del acceso de ira es de uno, no del que nos ha provocado. Puede que tuviéramos razón pero en estallido de ira, ninguna.
2. Sin rencor. El rencor sólo perjudica al que lo tiene, nunca al sujeto
objeto de ese rencor. Y el estado anímico del rencoroso es el más propicio para caer, al menor motivo, en un ataque de cólera.
3. Ir cambiando nuestra manera de actuar. No se trata de cambiar el carácter, sino domarlo. Si vamos haciendo lo posible para no volver a caer en los mismos errores, la próxima vez, la cosa irá mejor.
4. No hacer aquello que molesta. No cuesta tanto hacer lo que los demás nos piden casi todos los días. Ejemplo: cuando a mi pareja le hago o digo algo y me dice que le he hecho daño, si contesto: “Ha sido sin darme cuenta”, lo que suele ser verdad, significa que hago mal y no me doy cuenta, así que lo tengo grabado en el cerebro de tanto repetirlo. Y eso es lo malo. Lo que hay que procurar es hacer, sin darse cuenta, lo que la otra persona espera de nosotros.
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