orea del Norte está pasando de ser un “pequeño problema local” a finales del siglo XX a un gran problema internacional a principios del XXI. El espectacular incremento de su arsenal nuclear, aunado a sus agudísimas miserias nacionales y, sobre todo, las indecisiones estadounidenses, están elevando al país a gran riesgo global.
Los componentes del problema norcoreano constituyen por separado y en conjunto un entramado casi insoluble. Por una parte, el país es una dictadura estalinista (la última del mundo) durísima tanto por las obsesiones del régimen, que ve conspiraciones por doquier, como por la concentración del poder en los hermanos Kim. Esta constelación descarta cualquier previsión lógica de la conducta inmediata del país.
La pobreza extrema -el país ha pasado repetidas hambrunas y la actual parece ser una de las más agudas- y unas “purgas” que recuerdan las del estalinismo de los años 30, han determinado un aislamiento tanto físico como político.
Hoy en día Corea del Norte solo mantiene unas relaciones relativamente amigables con Pekín… Y ello, mayormente, por su dependencia económica del gigante asiático.
Semejante constelación político-económica ha llevado al actual dictador de la dinastía comunista de los Kim (hombre educado en Suiza, pero de mentalidad sínica) a apostarlo todo a la única carta del arsenal nuclear. Ha jugado fuerte y, aunque menospreciado por enemigos y aliados, ha logrado avanzar tanto que hoy en día sus armas nucleares y misiles intercontinentales pueden alcanzar cualquier objetivo en América del Norte.
Un lustro atrás nadie creía en tal posibilidad y los EEUU trataron de domar la apuesta nuclear con tiempo y un puñado de dólares. El Departamento de Estado esperaba que el deterioro económico angustiara tanto a Pyongyang que este se avendría a renunciar a su programa armamentista a cambio de una modesta ayuda económica.
No fue así. A una generación de distancia de la guerra fría, los diplomáticos estadounidenses se habían olvidado de la forma de pensar y actuar del estalinismo. Y cuando llegó al poder Trump, éste intento resolver el problema a su manera, convencido de que su personalidad impresionaría tanto a Kim Jong-un que conseguiría de él, en un par de encuentros, lo que todo el Departamento de Estado no había logrado en lustros.
Naturalmente, Donald Trump tampoco lo consiguió. Pero ese zigzagueo político de Washington le ha dado tiempo a Kim para incrementar y perfeccionar su arsenal… y subir así el precio para desistir de esta política armamentista.
Contado así, parece que los norcoreanos estén ganándole la partida a Washington. Pero en realidad, su posición es hoy en día más débil que nunca. La situación económica es de miseria pura, el aislamiento internacional casi carcelario y, en el escenario diplomático, Pekín mantiene su apoyo a Pyongyang ante todo porque esto molesta a los EEUU.
Y, sobre todo, en el envite Kim no tiene más que una apuesta -la militar- frente a los muchos recursos -desde el fuerza económica hasta el apoyo internacional antinorcoreano- de Biden, un contrincante mucho más flexible que Trump.