onald Trump puede presumir de haberse pasado la vida en el club de las personas privilegiadas, desde el mítico Estudio 54 de Nueva York a los diversos clubes de golf donde pasa los fines de semana -jugando a su deporte favorito en Virginia se enteró el pasado sábado de que su rival Joe Biden es ya el presidente electo de Estados Unidos- y que exigen casi 400.000 euros de cuota inicial a todos aquellos que quieran ser socios.
En 2016 entró en otro club aún más exclusivo y que solo 44 personas lo habían ostentado antes en Estados Unidos, es decir, en convertirse en presidente del país más poderoso del mundo. Sin embargo, si los jueces no lo impiden, ingresará en una sociedad incluso aún más selecta. Una en la que habría preferido no tomar parte. Es el décimo presidente que ha perdido una reelección desde que en 1792 George Washington convenció a los estadounidenses de que le dieran cuatro años más en el poder.
El primero fue uno de los considerados padres de la patria, John Adams (1797-1881) y el segundo presidente del país. Durante su mandato presidencial se encontró con feroces ataques por parte del Partido Demócrata-Republicano de Thomas Jefferson y su gran enemigo logró derrotarle en las elecciones que se celebraron a finales de 1880. Fue además el padre de John Quincy Adams, sexto presidente de los Estados Unidos. El 4 de julio de 1826 falleció a los 90 años, el mismo día del 50º Aniversario de la Declaración de Independencia. Ese mismo día, horas antes, había muerto Thomas Jefferson. Paradójicamente, las últimas palabras de John Adams fueron: “Thomas Jefferson está vivo”.
Precisamente, su hijo, John Quincy Adams (1825-1829), fue el segundo presidente al que las urnas apartaron del poder en 1828, al perder contra Andrew Jackson. A Adams padre lo perjudicaron las peleas internas de su partido y a Adams hijo las acusaciones de corrupción, pero al siguiente perdedor le quitaron el cargo por el que luego ha sido el motivo más habitual de despido entre presidentes: la crisis económica.
Este fue el caso de Martin van Buren (1837-1841). El primer presidente nacido en suelo de Estados Unidos -todos los anteriores habían sido súbditos británicos- ganó cómodamente las elecciones de 1836 pero al poco de tomar posesión de su cargo se desató el Pánico de 1837, que arrasó bancos por todo EEUU, haciendo que el dinero perdiera su valor y que los precios se dispararan. Poco importó a los votantes que Van Buren acabara de llegar y que la culpa tuviera más que ver con las políticas de su antecesor. En 1840 los votantes lo mandaron a casa e hicieron lo mismo cuando se presentó de nuevo en 1848.
Algo similar le ocurrió a Grover Cleveland (1885-1889), que se llevó el disgusto de ser desalojado después de solo cuatro años: fue una derrota amarga, ya que sacó más votos que su rival Benjamin Harrison, pero aun así perdió por el sistema electoral. Sin embargo, cuatro años después, Cleveland se cobró su venganza venciendo a su sucesor. A día de hoy, es el único presidente que ha regresado a la Casa Blanca después de una derrota.
Ya en el siglo XX, el primero en ser desalojado prematuramente de la Casa Blanca fue William Howard Taft (1909-1913), un juez que no tenía ninguna gana de ser presidente pero entre su esposa y su antecesor en el cargo, Teddy Roosevelt, terminó sentado en el Despacho Oval. Su relación con su antiguo jefe se fue deteriorando tanto que fue el propio Roosevelt quien le condenó a la derrota cuando el expresidente se presentó contra él en 1913, dividiendo el voto republicano y otorgando una victoria fácil a los demócratas. Ocho años después fue nombrado presidente de la Corte Suprema, su gran sueño. Es la única persona que ha ocupado los dos cargos, aunque Taft sabía cuál de los dos puestos prefería: “Ni me acuerdo de que fui presidente”, afirmó
Cuando Herbert Hoover (1929-1933) llegó a la presidencia de Estados Unidos no sabía la que le venía encima: Nada menos que la crisis del 29. La Gran Depresión causó el hundimiento de gran parte de la la economía estadounidense, con el consiguiente empobrecimiento de la población. Aún así, Hoover se presentó a la reelección y su rival del Partido Demócrata, Franklin Delano Roosevelt, literalmente le barrió: Perdió en 42 de los 48 Estados.
Tuvieron que pasar 44 años para que la historia se volviera a repetir. Gerarld Ford (1974-1977) ni siquiera había sido elegido como vicepresidente de Richard Nixon, pero le tocó sustituir, primero a Spiro Agnew tras ser condenado por evasión de impuestos, y luego al propio presidente cuando dimitió por el caso Watergate. La recesión económica y la alta inflación junto a la decisión de dar el indulto al presidente Richard Nixon, unido a la caída de Saigón a manos de Vietnam, lastraron sus posibilidades ante el demócrata Jimmy Carter, pese a imponerse en las primarias republicanas a Ronald Reagan.
Precisamente, el propio Jimmy Carter (1977-1981) fue el último presidente demócrata en perder la reelección. Al alto precio del petróleo se le unió la crisis de los rehenes de Irán. Fueron 14 meses de sufrimiento, una operación de rescate fallida y unas negociaciones con el final más humillante posible para Carter: Irán los liberó el mismo día en que Carter abandonaba la Casa Blanca y dejaba el Despacho Oval a Ronald Reagan.
Antes de Donald Trump, el último miembro de este selecto club de solo cuatro años fue otro republicano, George H. W. Bush (1989-1993). Ocho meses antes de las elecciones de 1992, el Ejército estadounidense había arrasado a Sadam Husein en la primera Guerra del Golfo y el presidente Bush tenía un nivel de aprobación del 89%. Parecía imposible que perdiera ante un desconocido gobernador sureño, Bill Clinton, pero una situación económica negativa y haber roto su promesa electoral estrella de no subir impuestos lastró sus posibilidades de reelección. Eso y la habilidad de Clinton que hizo popular un lema que repitió una y otra vez en la campaña electoral y que luego pasaría a la historia: “Es la economía, estúpido”.
Eso sí, George H. W. Bush fue todo un ejemplo cuando abandonó la Casa Blanca y Bill Clinton encontró este mensaje cuando se sentó por primera vez en el Despacho Oval: “Os deseo lo mejor a ti y a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito del país. Tienes todo mi apoyo”. Un deseo de buen gusto que, con toda seguridad, Joe Biden no encontrará en el escritorio que aún utiliza Donald Trump.