Los que, entre mis lectores, tengan más de 60 años sentirán algo muy distinto que el resto si yo menciono la palabra polio. Y es que entre 1956 y 1963 en España se vivió el último gran brote de poliomielitis. Mató a unos 2.000 niños y dejo con muy graves discapacidades a más de 12.000. Quienes fueron niños en aquellos años sentirán ante el recuerdo de la polio una sombra de muerte y sufrimiento muy real. Para el resto de nosotros la polio es una palabra de ecos más lejanos. En 1963 comenzó en España a suministraste la vacuna de la polio, algo que venía haciéndose en otros países casi 10 años antes.

Pero aún en 1988, 350.000 niños se vieron afectado por La enfermedad en todo el mundo. Muchos de ellos se vieron condenados a vivir con discapacidades graves. A partir de entonces los programas de vacunación se generalizaron. En 15 años la enfermedad desapareció de América, de Australia y de Europa. Ya bien entrada nuestra década la enfermedad ha sido erradicada del Sudeste Asiático y de la India.

Ahora vemos que la polio parece haber desaparecido ya completamente de África, siendo Nigeria el último país en que resistía. Actualmente se dan unos 100 casos anuales en Pakistán y Afganistán, lo que comparado con los 350.000 de hace 30 años parece un avance muy notable de la comunidad internacional: en éxito de la ciencia y de la cooperación internacional. Ahora se dan al año los mismo casos que hace 30 años se daban cada dos horas.

La enfermedad venía causada por tres cepas del virus diferenciadas (1, 2 y 3) de efectos muy similares, pero de características diferentes. Tras la erradicación de la polio de tipo 2 en el año 2015, esta semana la OMS anuncia la erradicación del tipo 3. Quedaría una sola cepa, en los dos países citados.

La erradicación total de la enfermedad requiere aún de un ingente esfuerzo de la comunidad internacional, un esfuerzo económico de miles de millones de dólares y un esfuerzo político, logístico y diplomático de una complejidad inenarrable. Y es que los problemas de vacunación en ellos dos países viene motivados por el conflicto, donde los servicios de salud no reciben la protección adecuada y se impide su trabajo.

Alguno se preguntará si esos miles de millones no se podrían dedicar a enfermedades o males que afectaran a una cantidad mayor de niños. Pero hacerlo sería un gigantesco error. Bill Gates utiliza la metáfora del fuego. Cuando uno cree que lo peor de un incendio ha pasado no puede dejar en el bosque unos pocos focos de fuego sin extinguir, no puede permitir que los bomberos se vayan sin terminar su trabajo sólo porque le peligro parezca haber pasado. El fuego recuperaría fuerza y antes de darnos cuenta volveríamos al punto de inicio. Lo mismo con la enfermedad: en el momento en que perdamos la tensión y descuidemos la vacunación, la enfermedad recuperará el terreno perdido.

Es el momento de contribuir a un último esfuerzo para erradicar la polio. Será en un éxito de la ciencia, de los investigadores, de las campañas de vacunación y de su personal, a veces trabajando en condiciones heroicas en terrenos en conflicto. Será un éxito de la ONU y de la OMS. Y será un éxito de las organizaciones de las sociedad civil que en todo el mundo, desde los rotarios hasta la Fundación Melinda y Bill Gates, han invertido dinero, neuronas y corazón para que en unos pocos años podamos quizá decir que la polio es historia.