Bruselas - Ayer se cumplían 25 años de la desaparición de las barreras nacionales para el libre movimiento de personas, bienes, servicios y capitales en la Unión Europea (UE), aunque al mercado único aún le queda recorrido en áreas como la digital o fiscal y afronta el desafío de la salida del Reino Unido. Este logro de la construcción comunitaria permite a los ciudadanos de toda la UE estudiar, vivir, hacer compras, trabajar y jubilarse en cualquier país de la EU, así como acceder a productos de toda la Unión sin aranceles, a la vez que otorga certidumbre a los inversores extranjeros.
Cuando el mercado único empezó a funcionar oficialmente en 1993 abarcaba a 345 millones de personas en doce países de la UE, mientras que hoy incluye a más de 500 millones en 28 Estados miembro. Para los ciudadanos, significa disponer de una oferta mayor y, para las empresas, la posibilidad de ampliar su número de clientes potenciales. Así, la mayor competencia abarató los precios; usar el móvil por la UE cuesta actualmente lo mismo que en casa; las tarifas aéreas cayeron y se abrieron nuevas rutas, y muchas familias pudieron elegir su proveedor de gas y electricidad, unos beneficios que los ciudadanos hoy dan por sentados.
El mercado interior o “único” ha contribuido a la prosperidad e integración de la economía europea y, según cifras del Parlamento Europeo, ha aumentado los intercambios comerciales dentro de la Unión alrededor de un 15% anual, impulsado la productividad y reducido los costes. Además, ha generado un crecimiento adicional de un 1,8% en los últimos diez años y ha creado unos 2,5 millones de puestos de trabajo, al tiempo que ha acercado los niveles de ingresos de los distintos Estados miembros, señala la Eurocámara. “El mercado único se basa en la confianza”, recalcó este mes Elzbieta Bienkowska, responsable de Mercado Interior de la Comisión Europea, que desde 2015 viene desarrollando una estrategia para impulsar todo su potencial.
Obstáculos La UE es consciente de que construir el mercado interior exige un esfuerzo constante y que aún queda mucho por hacer para que esté completado, algo que podría implicar un aumento anual de 235.000 millones de euros para el PIB de los Veintiocho si se eliminan las barreras restantes. En cambio, persisten importantes obstáculos en determinados sectores que acusan por ejemplo la fragmentación de los sistemas fiscales nacionales, o el hecho de que siga habiendo mercados nacionales propios de servicios financieros, energía y transportes.
El comercio electrónico también se ha desarrollado más lentamente entre los países de la UE y sigue habiendo grandes diferencias en legislaciones o normas técnicas, mientras que el sector de servicios sigue rezagado respecto del mercado de bienes. En los servicios financieros, aún queda trabajo para llegar a una unión de mercados de capitales que refuerce los flujos entre los países o mejore el acceso a la financiación para las empresas, sobre todo las pymes.
Tras derrotar este año en las urnas a los populismos euroescépticos que asomaban en Holanda o Francia, el Brexit es el último escollo al que se enfrenta esta construcción, ya que supone deshacer algo con vocación de duradero. Por primera vez las instituciones europeas tienen que llevar a la práctica la disección de uno de los componentes de ese organismo, con la esperanza de que otros países no sigan en el futuro a los británicos. El Reino Unido ha puesto sobre la mesa el reto de dejar las cuatro libertades -en especial la de circulación de ciudadanos europeos- que la UE considera indisolubles y uno de los pilares para la convivencia de sus miembros.