La primera derrota republicana después de las elecciones generales del año pasado es una mala noticia para el presidente Trump y para su partido en general, pero no está muy claro que sea un buen resultado para sus rivales demócratas, a pesar de que la distribución de escaños en el Senado les es más favorable ahora.

Se trata de la elección fuera de plazo de uno de los dos senadores del estado de Alabama, para ocupar la vacante dejada por Jeff Sessions quien ocupa hoy la cartera de Justicia. En un estado que eligió a su último senador demócrata en 1992 y que es además uno de los lugares más conservadores del país, se podría considerar todo un logro que un demócrata gane, como ocurrió este pasado martes con Dough Jones.

Pero si los demócratas más fervientes tratan de ver un cambio de tendencia en el ambiente político norteamericano, podría ser un cacareo prematuro: primero, porque la victoria de Jones es de poco más del 1%; segundo, porque no entra en un plazo electoral completo sino que se ha de presentar nuevamente a elecciones dentro de tres años y, sobre todo, porque su rival republicano, el juez Roy Moore, tenía todas las de perder.

Moore tiene un historial conflictivo, pues una vez fue expulsado y otra tuvo que dimitir del Tribunal Supremo del estado de Alabama por no respetar las leyes federales o las decisiones del Supremo de Estados Unidos. Tampoco su historial político es brillante porque fracasó dos veces en su intento de convertirse en gobernador del estado porque fue derrotado en las primarias.

Esta vez, sin embargo, se impuso en las primarias senatoriales al candidato preferido por Trump, Luther Strange, quien ha estado ocupando interinamente el escaño desde la vacante dejada por Sessions.

A partir de esas primarias, la historia tiene las pinceladas rocambolescas que vivimos aquí desde la candidatura de Donald Trump, porque el presidente hizo una campaña muy intensa en favor del senador en funciones Strange, pero su ayuda no fue suficiente: la candidatura de Moore tuvo como principal apoyo a Steve Bannon, una figura de los primeros meses en la Casa Blanca de Trump, pero empeñado ahora en “purgar” al Partido Republicano de los elementos “tibios” a la hora de defender auténticos principios conservadores.

Bannon, que dimitió de la Casa Blanca en agosto, asegura que defiende las posiciones extremas que llevaron a Trump a la presidencia, pero los resultados de Alabama producen temor en las filas republicanas, donde la mayoría senatorial se ha quedado en un escaño. Si Bannon sigue colocando a sus candidatos en primarias, los demócratas podrán frotarse las manos. Pero aún faltan algunos meses y la dinámica política de este país es tan rápida que Bannon podría desaparecer del escenario tan deprisa como llegó.

Mientras tanto, la situación del nuevo senador demócrata resulta casi cómica: su victoria, a pesar de reducir peligrosamente la mínima mayoría republicana, parece haber causado alivio entre sus rivales: la perspectiva de tener al juez Roy Moore era una pesadilla para los conservadores, que se preparaban ya para lidiar con las investigaciones por acoso sexual que iban a llegar inexorablemente: porque hay una lista larga de mujeres que recuerdan - y denuncian- los pecadillos a los que las incitaba Moore medio siglo atrás.

paradoja divertida Semejante situación, en que la derrota de los rivales se convierte en un problema, podría resultar divertida: por una parte, un candidato ultra conservador, gana las primarias pero luego es incapaz de resistir un escrutinio puritano y en un estado con votantes ultrareligiosos acaba perdiendo las elecciones a manos de un demócrata que defiende el aborto. Este es un momento en que hombres de 70 o incluso más de 80 años se ven juzgados por acciones de 50 años atrás, de la época de la explosión de hippies con el lema de “haz el amor y no la guerra”, en que se presumía de la revolución sexual amparados por la recién descubierta píldora, de romper con los tabúes puritanos y victorianos que se les antojaban a los jóvenes de aquel entonces como anacronismos intolerables.

Lo que parece indicar es el desconcierto general, algo que ayudó a Trump a llegar a la Casa Blanca, aunque muchos de sus votantes le desearían hoy que cumpliera con la promesa de ser un presidente aburrido, lejos del personaje pintoresco que ganó las elecciones. Contra las recomendaciones de sus colaboradores, Trump sigue llenando el espacio de tuits porque está convencido de que a su “base” le gustan, lo que le hace casi imposible aprovechar la bonanza económica para ganarse a sectores apolíticos que podrían verlo de forma positiva.

Todo esto habría de ser un mal augurio para Trump y los republicanos de cara a las elecciones legislativas dentro de 11 meses, si no tuvieran la suerte de que sus rivales demócratas siguen sin programa y que tendrán que defender el triple de escaños que los republicanos: como los senadores tienen un mandato por 6 años, el Senado elige la tercera parte en cada elección y el mandato termina para 23 demócratas pero tan solo para 8 republicanos, quienes tienen así que defender un frente mucho menor.