Johannesburgo. Nelson Mandela, el padre de la Sudáfrica multirracial, que cumplió ayer 94 años, mantiene viva su propia leyenda: la historia de un hombre que dedicó su vida entera a la lucha por los derechos humanos.

Mandela pasará su cumpleaños con su familia, en la intimidad de su residencia en Qunu (sureste de Sudáfrica), la misma localidad donde hace casi un siglo, como hijo de un jefe tribal, cuidaba del ganado y asaba mazorcas al borde del sembrado. El carismático expresidente celebra esta fecha como uno de los personajes más relevantes del siglo XX, tras 67 años de lucha contra el racismo, 27 años en prisión y cinco años como jefe de Estado.

Su tenacidad, su compromiso con la justicia, su defensa de la democracia y la igualdad racial y su mensaje de reconciliación le convierten en un admirado y respetado icono global. Mandela puso cara a uno de los mayores movimientos sociales en favor de los derechos humanos y logró atraer la mirada internacional hacia la Sudáfrica del apartheid, el régimen de segregación racial impuesto por la minoría blanca del país, que aún a finales de los años ochenta negaba todos los derechos a negros, mestizos e indios.

Veneración y orgullo En su país, los sudafricanos (negros y blancos) le veneran y celebran con orgullo el cumpleaños de Tata (papá) Madiba (nombre del clan de Mandela en lengua xhosa y con el que se le conoce popularmente), efeméride que también celebra el mundo con el Día Internacional de Mandela, instaurado por la ONU en 2009.

Muchos de sus compatriotas no olvidan que sus palabras, tras su liberación el 11 de febrero de 1990, devolvieron la esperanza a una sociedad desangrada por las luchas étnicas en los guetos y la violencia de grupos paramilitares opuestos a un cambio de régimen. "Os saludo a todos en nombre de la paz, la democracia y la justicia universal", afirmó Mandela, ante miles de personas, desde el balcón del Ayuntamiento de Ciudad del Cabo.

Esas fueron las pautas que hicieron posible una de las transiciones más pacíficas de África y que marcaron su labor de reconciliación junto al entonces presidente sudafricano, Frederik De Klerk, lo que les valió a ambos el premio Nobel de la Paz en 1993. Mandela se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica en las primeras elecciones multirraciales del país, en 1994, y abandonó la jefatura del Estado en 1999.

El comienzo Nelson Rolihlahla Mandela nació el 18 de julio de 1918 en Mvezo, una pequeña aldea de Cabo Oriental (sureste de Sudáfrica), destinado a ser un consejero del regente del reino Thembu, perteneciente a la tribu africana Xhosa. Se trasladó a Qunu, a 20 kilómetros de Mvezo, cuando su padre, un jefe tradicional, fue expulsado por la autoridad colonial debido a una disputa, y más tarde a la localidad de Mqhekezweni tras la muerte de su progenitor.

De educación occidental, aprendió a rebelarse contra las leyes tribales antes que contra el imperio británico, que gobernaba Sudáfrica a principios del siglo XX. Su conciencia nacionalista africana le hizo ingresar en el Congreso Nacional Africano (CNA), partido con el alcanzó la presidencia de Sudáfrica décadas más tarde. Abrió el primer despacho de abogados negros de Johannesburgo y apoyó la estrategia de resistencia pacífica del líder indio Mahatma Gandhi contra las leyes cada vez más opresivas del apartheid.

La matanza de manifestantes en la ciudad sudafricana de Shaperville en 1960 le hizo abrazar la lucha armada y viajó por África para recibir entrenamiento y recaudar fondos para el brazo militar del CNA, que él mismo dirigió. Fue detenido en 1962 y procesado en el Juicio de Rivonia, en el que fue condenado a cadena perpetua en 1964, hasta su puesta en libertad en 1990. Mandela abandonó la política en 1999, pero permaneció en la vida pública a través de su Fundación (ahora el Centro de la Memoria Nelson Mandela), el Fondo para la Infancia y el Fondo de la Lucha contra el Sida, en un sinfín de causas solidarias.