Olentzero

Ahora que lo pienso, a Olentzero no le han debido de llegar mis deseos porque, ya pasada su jornada de trabajo, no he recibido el encargo. En la carta que le envié al carbonero –sí, por escrito, como mandan los cánones– explicaba con pelos y señales lo que me apetecía recibir. No era nada del otro jueves, pero me hacía ilusión. Sin embargo, uno, que ya gasta un DNI con solera, está hecho a las desilusiones, que llegan casi a diario. Así que, una más, tampoco ha trastocado en exceso mi atribulada existencia. De hecho, ni siquiera ha habido un pequeño disgusto y menos teniendo en cuenta que el carbonero es un tipo fenomenal. Esta manera estoica de encarar el día a día, que es tan fácil de trasladar amasando unas cuantas letras, se hace una montaña infranqueable en las entendederas de los más pequeños de cada familia. Creo que en el común de los casos, hemos sido incapaces de educar en la posibilidad real de que los deseos no equivalen a realidades tangibles. Sin embargo, la vida acostumbra a enseñar lecciones que es mejor aprender pronto para evitar más sinsabores de los necesarios, como recibir de regalo los sempiternos calcetines de rombos. En fin, espero que estos días sean para ustedes apacibles y repletos de buenas noticias.