Es lunes y estoy fresco como una lechuga. Tras varios meses agobiado por un infernal calendario de partidos del Alavés, Baskonia... –no solo los deportistas del más alto nivel acusan el desgaste físico y mental de una temporada maratoniana, sino también quienes contamos sus jugadas–, desconectar mínimamente este pasado sábado y domingo ha sido como un regalo caído del cielo para romper la monotonía. Uno de los mayores inconvenientes del periodismo deportivo, una profesión cada vez más degradada a todos los niveles, es que siempre curras a contracorriente de la mayoría. O lo asumes de antemano o no vales para esto. Mientras tu colega va al campo a animar al equipo o meterse con el árbitro, nuestro papel es más ingrato. Los clásicos problemillas van minándote poco a poco a medida que te van saliendo canas y ves que resulta imposible irte a una casa rural, comer con los amigos o acompañar a tus hijos a un cumpleaños. Los planes familiares suelen brillar por su ausencia, pero tras casi tres décadas en esta bendita profesión aún siento pasión por lo que hago. Los pros pueden a los contras. Y ese es el mejor estímulo para tirar hacia adelante. De paso, esos padres que en su día hicieron un esfuerzo para darte los mejores estudios pueden sentirse orgullosos.
- Multimedia
- Servicios
- Participación