No sé si están siguiendo el juicio al fiscal general del Estado en el Tribunal Supremo. Se le acusa de revelación de secretos. El miércoles declararon como testigos un puñado de periodistas que informaron en su momento sobre el ya famoso mail en el que el abogado de Alberto González Amador, a la sazón pareja de Isabel Díaz Ayuso, envió a la Fiscalía ofreciendo que su cliente reconociera dos delitos fiscales a cambio de llegar a un acuerdo . De esas declaraciones se desprendería que el mail en cuestión lo tenía hasta la Cibeles antes de que le llegara a Álvaro García Ortiz. Permítanme la hipérbole, pero es que esta demarcación territorial es fascinante, no me canso de repetirlo. De otro lado, la acusación se centra en los testimonios de González Amador, cuya estrategia pasa por ejercer el papel de víctima –quizá si lograra que se atestiguara una lesión en sus derechos podría ayudarle en su proceso abierto por presunto fraude fiscal– de un complot político contra Díaz Ayuso; tesis que alimenta la declaración de Miguel Ángel Rodríguez que, despiporre, fue quien dio el pistoletazo de salida a la publicación del mail en cuestión al difundir el bulo –reconocido por él mismo en dos ocasiones en sede judicial– de que quien había propuesto el acuerdo a García Ortiz había sido la Fiscalía pero que se frenó “por órdenes de arriba”. Lo dicho, fascinante.
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