Ahora mismo, estoy un poco perdido. Está en proceso de organización una comida con un grupo de amigos y, el cuestionario de preferencias previo para configurar la quedada me ha obligado a colocarme de perfil. Entre el aperitivo, las cañas, las copas, el tardeo y otras variables propuestas, no he sido capaz de pronunciarme. Y me da rabia, porque en el ocio de antaño me movía como pez en el agua. Era sencillo. Se salía con la cuadrilla en la tarde-noche y se regresaba cuando se podía, pero de madrugada. Hoy, se conoce que aquella realidad inamovible durante decenios se han modernizado introduciendo en ella todo tipo de variables, cada una, con su propia liturgia y escenario. No hay tramo horario en el que no haya una propuesta concreta para exprimir las posibilidades que ofrece la hostelería local, que son infinitas. Cada una de ellas, responde a un nombre concreto, que es fundamental conocer para no salirse de madre, porque pedir una caña antes de comer es incompatible con los licores previstos para ese tramo horario o tomarse un vino después del almuerzo y en la hora de la copa parece un sacrilegio que rasga la norma primigenia que define cada momento. Con cosas como esta me doy cuenta de que me hago viejo a una velocidad de vértigo.
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