Ala hora de dar forma a este pequeño espacio acumulo ya tres cafés solos dobles en el cuerpo y la tensión física propia de un culturista –en mi caso, huelga decir que sin volumen muscular destacable–, que fuerza el cuerpo a ratos y por zonas anatómicas concretas. La intención de tan prolija ingesta y de mis ejercicios matutinos es evitar dormitar sobre el teclado del ordenador. Y no, no es que me aburra lo que hago. Antes al contrario. Lo que sucede es que arrastro sueño desde haces días. Supongo que no reconciliarse con la almohada obedece a mil causas. La vuelta a la rutina tras haberla ninguneado durante una semana de descanso, las obligaciones de la vida moderna que convierten al mes de septiembre en un nudo gordiano sobresaliente, las preocupaciones con el inicio del curso escolar de los hijos, los sinsabores de los concursantes de Supervivientes All Stars 2025... Y, claro está, el constante runrún de la cabeza inherente al desempeño de una profesión que, en ocasiones, impide descansar la menta. Pese a que peino canas –de manera metafórica, como se puede comprobar en la imagen que acompaña estas líneas–, en ocasiones se hace complicado contar historias sin poder desembarazarse de entornos, personas y sufrimientos. Señor, qué cruz.
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