Ahí lo dejo. Por comentar. En Vitoria sobra mala baba. La hay a raudales. Y en casi todos los ámbitos de la sociedad. Y acostumbra a manifestarse con cierta frecuencia. Por ejemplo, a la mínima, un cruce de cláxones tras un desencuentro de tráfico acostumbra a desembocar en una retahíla de insultos y amenazas cruzadas a voz en grito, para que no quede ni un residente en el lugar de los hechos sin su ración de sobresalto. Este tipo de circunstancias no acaban en agresiones habitualmente porque, por costumbre, la carga genética acumulada tras milenios de relaciones humanas conflictivas ha enseñado al personal a huir por el camino más corto y más rápido para garantizar la supervivencia. Este tipo de desenlace suele dejar a uno de los implicados más solo que la una y rojo como un tomate por el esfuerzo a la hora de mantener su soniquete de improperios dirigidos a la estela dejada por el vehículo del que ha decidido abandonar a su pareja de baile. En fin, imágenes como estas que trato de trasladar me hacen pensar en la relación tóxica que guarda el ser humano con su utilitario. Es sentarse frente al volante, y un porcentaje altísimo de hombres y mujeres se transforman en pollinos deslenguados sin capacidad para el raciocinio.
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