Como a un Cristo, dos pistolas. Así les queda el traje de personas moderadas a ciertos políticos que aparecen hasta en la sopa soltando espumarajos dialécticos (metafóricos o reales) por la boca detrás de un micrófono o desde un púlpito, y no solo en Madrid, que también, sino en el terruño alavés, porque haberlos, haylos entre nosotros. Me imagino que esa forma de guiarse en la vida pública no puede ser una pose, porque interpretar un papel tan tóxico, desagradable y execrable no es nada sencillo y requiere de dotes de actuación propias del método Stanislavski, que según san Google, es ese compendio de técnicas para clavar interpretaciones realistas a través de la exploración psicológica y emocional del actor con su personaje. Estoy convencido de que lo suyo viene de serie y que la naturaleza, por vaya usted a saber qué intrincadas leyes de la física y de la genética, ha decidido mantener sobre la faz del planeta a gentes así, que subsisten con su propio rango en la cadena trófica. Desde luego, yo no me atrevo a discutir la importancia real de su función, pero me entenderán si les digo que prefiero no cruzármelos cuando piden una barra de pan sobada en la panadería o un zurito en un bar, aunque supongo que de todo tiene que haber en la viña del Señor.