Como a un Cristo, dos pistolas, y perdonen la expresión. Así concuerdan en mi mente ciertos discursos de la Iglesia católica con el boato que, en ocasiones, se asocia al Vaticano y a su curia. Supongo que hay inercias difíciles de modificar por aquello de la carrerilla tomada desde hace siglos y que erradicar usos y costumbres de una monarquía teocrática y absoluta –al menos, en lo formal– no es cosa reservada para hombres. Los alegatos en favor de los pobres, y la promoción de la justicia social y la caridad no se pueden desligar del trabajo diario de decenas de miles de hombres y mujeres de bien ligados, de una o de otra manera, a la estructura eclesial.
Han sido, son y serán el material humano y humanista con el que se ha cimentado un credo milenario que ha ayudado, ayuda y ayudará a muchos necesitados. Por eso, contemplar al sucesor de Pedro en ceremoniales como la imposición del Anillo del Pescador y del Palio me chirrían. No obstante, yo no estoy libre de pecado y, por lo tanto, no soy el más indicado para criticar los procederes de los demás y, sobre todo, aquello que no comprendo ni me compete. En cualquier caso, quiero creer que todo tiene su razón de ser, incluidas las parafernalias de quienes están llamados a predicar con la pobreza.