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Mesa de Redacción

Miren Ibáñez

Leer

En la biblioteca de mi padre hay varios ejemplares de Vargas Llosa, pero confieso que no acabé de caer en ellos. Creo que mi padre, que fue mi guía por esto de la lectura y sigue siéndolo, puso en mis manos Cien años de soledad y a partir de ahí me lancé a por García Márquez, maestro, brillante. Se me ocurre esta explicación, quizá, aunque me parece bastante idiota. Como si leer a uno excluyera leer al otro.

Sí, es una idiotez. Lo fui postergando, quizá también porque no me resultaba particularmente simpático. En fin. Quizá simple pereza. Ahora que Vargas Llosa ha muerto y se revisa su obra y sus discursos, escucho unas palabras que pronunció en su discurso de aceptación del Nobel: “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba.

Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”. No me atrevo a ser tan tajante como él, pero creo que Vargas Llosa andaba muy bien encaminado cuando decía eso de “que la literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos”. Así que he recordado la infinita cantidad de libros por leer que me esperan, bendita tarea pendiente.