¿Recuerdan la brutal sutileza de aquella frase de Michael Corleone, aquel “mi padre le hizo una oferta que no pudo rechazar (...) Luca Brasi le apuntó a la cabeza y mi padre le dijo que podía elegir entre sus sesos y su firma al pie del contrato”. Pues ahora borren de su mente cualquier sutileza y piensen en la guerra arancelaria desatada por Donald Trump. La ha planteado exactamente en estos términos porque entiende la negociación, y presume de ello, como imposición y humillación, el señor y sus vasallos: “Nos están llamando, están besándome el culo”, ha llegado a proclamar ante el de facto extinto Partido Republicano. De pronto, porque este hombre tiene más giros de guion que Juego de tronos, decide pausar su muro arancelario 90 días, con la salvedad de China. Que EEUU hace tiempo que tiene en China a su principal rival y competidor no es nuevo, que ahora la Casa Blanca pretenda convencernos de que esta carrera loca de los últimos diez días estaba milimétricamente planificada merecería una pedorreta sideral. El batacazo de Wall Street, el presidente de J.P. Morgan o el consejero delegado de Blackrock clamando contra los aranceles, el monumental castigo a las tecnológicas y, explican los expertos, el repunte del interés de la deuda estadounidense –que asciende a 36 billones de dólares, en buena parte en manos de inversores extranjeros– tienen más que ver con esta tregua. Continuará.