Ay, qué desgracia. Rezo todos los días de mi vida con ser el agraciado de una de esas loterías nacidas para hacer soñar a hombres y mujeres... Pero, como ven, no debo acertar con el destinatario de mis plegarias, ya que sigo en la redacción juntando letras para las distintas plataformas digitales y para la versión tradicional en papel de este diario. O es eso, o es que no juego a ningún juego de azar.

En fin, que decía que rezaba con profusión porque he de confesar que mi pretensión en la vida es levantarme por las mañanas con el único objetivo de hacer la nada. Mejor dicho: la nada absoluta. Ya sé cómo suena, pero es que hasta le fecha, desde que suena el despertador por las mañanas hasta que logro sentarme en el sofá de mi domicilio pasan demasiadas horas, que en ocasiones parecen días.

No hay un segundo libre en el que tomarse un respiro. Entre medias, cuando puedo, almuerzo sentado y cuando no, un pintxo en la barra del bar. Vamos, nada diferente a lo que hacen el resto de mortales con responsabilidades familiares y laborales. Ahí está, precisamente, la clave. Hemos construido entre todos una sociedad en la que es complicado disfrutar de tiempo de calidad más allá de las obligaciones diarias de cada cual, aunque el marketing oficial se empeñe en diseñar términos como conciliación.