Síguenos en redes sociales:

Mesa de Redacción

Miren Ibáñez

El gran dictador

“El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa pero nos hemos encarcelado nosotros. El maquinismo que crea abundancia nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y secos; pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo”, comenzaba Charles Chaplin en su discurso final de El gran dictador. Vivimos momentos propicios para revisitar esta película, que contiene esa redondísima metáfora visual del dictador jugando alegre y despreocupadamente con la bola del mundo. Chaplin pensaba en otros tiempos y otras personas cuando realizó esa película –se estrenó en 1940– y pronunció ese discurso. Pero su reflexión no solo sigue extraordinariamente vigente, sino que casi resulta profética. “Con la promesa de esas cosas las fieras alcanzaron el poder, pero mintieron; no han cumplido sus promesas, ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres solo ellos, pero esclavizan al pueblo”, advierte su personaje mirando a cámara. Nada que añadir.