Ayer el agua casi me llega al cuello. Será la falta de costumbre, pero chapotear camino de la redacción fue una experiencia casi sobrenatural. Ya sé que hablar, en este caso, escribir del tiempo, es algo muy socorrido, sobre todo, cuando uno no tiene otras herramientas comunicativas a las que echar mano para estar a buenas con el interlocutor deseado. Pero, creo que en este caso está del todo justificado. La sucesión de nombres ligados a isobaras y borrascas que aparecen en los mapas de los espacios dedicados a la previsión meteorológica, y de manera consecutiva, como quien enumera a los integrantes de una cuadrilla, está transformando el día a día de los alaveses en una suerte de parque temático consagrado a las inclemencias. Cuando no diluvia, sopla el viento de manera casi obscena, y cuando este amaina, regresa el frío, intercalado con episodios de calor impropios de fechas y calendarios. Todo ello hace que el disfrute del tiempo libre se ciña desde hace unos días, a planes de sofá y manta, a ponerse a cocinar recetas que acostumbran a concluir en experiencias culinarias infames o a aprovechar el ocio para desarrollar zafarranchos de limpieza en casa. En fin, supongo que sobrevivir a jornadas así marca carácter. Qué cruz.