Cuando los voluntarios de Montes Solidarios llevan a un usuario tienen que organizarse muy bien. Subir al Amboto con una persona ciega, que no puede caminar bien, que por algún motivo no podría subir de manera habitual por sus propios medios, es difícil. Requieren barras de dirección, sillas especiales para el abrupto terreno, clases para llevar el equipo... Además de la coordinación necesaria para que cuatro o cinco personas sepan hacia dónde tirar al mismo tiempo. Pero cuando dejan de empujar y llegan a la cima, cuando observan la sonrisa de esa persona que hasta ese momento había descartado durante toda su vida subir al monte, estoy seguro de que sienten una profunda satisfacción. Creo que no me equivoco si digo que todos querríamos sentir algo así en nuestras vidas, la satisfacción de ayudar a alguien a conseguir algo aparentemente imposible, más allá de nosotros mismos. Quizás la mayoría de nosotros nunca nos pongamos la camiseta de Montes Solidarios o nos unamos a una ONG, pero también podemos impulsar a quienes lo necesitan con pequeñas acciones. Darles voz, ayudarles con problemas concretos, escucharles... El mundo no solo se mueve con grandes esfuerzos, sino también de empujoncito en empujoncito.
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