Se lo confieso: estuve de mirón y por estrictas razones laborales en el estercolero de Twitter, escenario de polarización maximalista donde mucho acomplejado ejercía de faltón de guardia, a menudo en el anonimato. Bajo formato de X, con Musk al mando, aquello ha mutado definitivamente en un universo fake maniqueo y populista para lunáticos como público objetivo con el que acometer el proselitismo más sectario y mendaz. De pereza a pavor.
Huir de tan hediondo lodazal es una alternativa elegida por algún medio de comunicación, harto de rebatir a los desinformadores a tiempo completo, y por abundantes personas que no quieren amargarse la vida. La pregunta de difícil respuesta binaria radica en si no se trata de una claudicación demasiado dañina para el interés general retirarse de ese campo de batalla nada neutral, en efecto, para los contendientes dialécticos. Pues el control de los algoritmos y el manejo de los datos que procuran nutren justo a ese radicalismo presuntamente libertario que en realidad se consagra a laminar las democracias deslegitimando sus instituciones, también degradándolas cuando accede a ellas con el voto emocional del electorado enojado ante las fallas del sistema. La cuestión estriba en que las redes sociales se han erigido en plaza pública igual que las calles por las que transitamos con un smartphone en la mano y en consecuencia opera con toda crudeza la teoría de la baldosa: la que dejas de ocupar tú la ocupará otro y con intereses divergentes. Desistir del alicatado argumentativo tiene consecuencias. Y graves.
De modo que interactuar en las plataformas que lo permitan en defensa de los hechos ante los infundios tal vez acabe por considerarse una obligación cívica más allá de la responsabilidad de los medios de comunicación dignos de tal nombre como intermediarios entre las fuentes acreditadas –con plena salvaguarda de confidencialidad– y la ciudadanía. Una encomienda democrática para una opinión pública solvente y crítica que debe basarse en la verificación profesional, precisamente lo que pretende cercenarse bajo el pretexto de la cacareada democratización de un flujo informativo ya despojado de filtros primero y luego de criterio y rigor. Asusta e irrita observar en la televisión lineal y unidireccional a supuestos moderadores de tertulia convertidos en activistas del bulo o siquiera en sus facilitadores por asumir juicios sin un mínimo poso de verdad, como si todo fuese opinable bajo un mantra de tolerancia pueril que ampara la manipulación consciente sin contrapesos.
La falacia y la exageración constituyen un negocio al reportar audiencia y por tanto ingresos, si bien los contenidos cabales y con afán constructivo venden menos pero a la postre otorgan más influencia y reputación. Mientras las líneas editoriales pueden refutarse, no así la información veraz, la rectamente obtenida y difundida, contrastada y nunca injuriosa. Este ya veinteañero DNA seguirá dando la batalla en cada baldosa, la última nuestra sección digital BERM@TU para identificar y atajar la desinformación rampante, así como en aras a un uso responsable y traslúcido de la IA.