Cuando sale a la palestra aquello de los y las estadistas, aquello del liderazgo, solemos sacar a pasear al amigo Winston Churchill que, con todas sus sombras, fue en tiempo de guerra precisamente eso, un líder. Además, Churchill fue un tipo prolífico en citas para la historia y se le atribuye una que viene al pelo en estos días: “El precio de la grandeza es la responsabilidad”. Responsabilidad. Puede ser un precio altísimo. Cuando uno asume la presidencia de un gobierno, autonómico o estatal, alcaldía o lo que sea, no lo hace para lucir una banda en las ceremonias. Lo hace, fundamental y precisamente, para ese día, esa mierda de día en que, por ejemplo, una dana arrasa las vidas de miles de sus conciudadanos. Y en este punto, una vez más, hay que recordar y destacar la importancia de lo público. Cuanto más leo y escucho sobre lo sucedido en Valencia, menos responsabilidad veo. El espectáculo ofrecido por los gobiernos valenciano y español, por políticos que no se enteran de nada porque o están exclusivamente a lo suyo o no saben qué hacer, está siendo vergonzoso y es peligroso para el propio Estado de derecho. La falta de respuesta no solo genera la lógica indignación, sino que además abona el terreno para quienes pretenden, precisamente, horadar la democracia. Poca responsabilidad, por desgracia, y ninguna grandeza.