Escribo estas líneas con mi chándal negro, unas zapatillas que compré para la ocasión, el dorsal a mi derecha y una extraña paz. Todos los que me conocen se han sorprendido en mayor o en menor medida de que de repente me haya metido en una carrera –especialmente después de que mi última lesión me mandase al hospital– pero llevaba un tiempo sin hacer algo así. Será un cliché, pero sin objetivos la vida es un caos y hacía mucho que no tenía uno tan tangible como este. La vida está formada por momentos de espera hasta que por fin nos pasa algo, pero no tendría por que ser así. Si dejamos de esperar a las condiciones perfectas podríamos alcanzar mucho más de lo que pensamos. No sabía si en una semana y media iba a estar preparado para esta prueba pero, como aprendí en la universidad, si lo haces en el último minuto entonces solo tardas un minuto. Mientras rememoro mis sesiones de entrenamiento con el culpable de que haya llegado hasta aquí, mi amigo Raúl, mi reloj ya me indica que es hora de ir al Casco Viejo y me levanto con la sana expectación de no saber si voy a conquistar esta carrera o a ser conquistado, pero también con la tranquilidad de saber que lo he dado todo y que, de alguna manera, todo saldrá bien.