El pasado martes pasé con el coche por el Palacio de Congresos Europa desconociendo que ese día iba a estar presente Felipe VI y me encontré con un enorme despliegue policial que, no lo voy a negar, me retrasó en mi desplazamiento a la rueda de prensa de Pablo Laso. Es quizá por ello por lo que no redacto estas líneas con total imparcialidad, aunque creo que cualquiera que circuló por la zona aquel día quedó impactado por la presencia de un centenar de agentes repartidos incluso por las alturas de los edificios. No cabe duda de que el Jefe del Estado tiene más enemigos que un inofensivo plumilla que como mucho ha ofendido a algún lector, pero me molesta el músculo que los cuerpos de seguridad exhiben para proteger algunas vidas en comparación con otras. Llámenme loco, pero tal vez la mitad de agentes habrían sido suficientes para proteger a Su Majestad y el resto se podrían destinar, qué sé yo, a reducir el número de navajazos en la noche vitoriana o a haber sacado la semana pasada del estadio a los violentos del Anderlecht que lanzaron sillas a los seguidores de la Real Sociedad. Por no hablar de que si alguien se desangra a la salida de una discoteca, las consecuencias e impacto mediático poco tendrían que ver con lo que ocurriría si al rey le roza una piedra. Hay vidas y vidas.
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