Una vez más un detractor de Donald Trump se ha convertido en su mejor aliado en la carrera por hacerse con la presidencia de Estados Unidos. El líder republicano ha sido víctima de un intento de asesinato por segunda vez en lo que va de campaña, esta vez obra de un hombre de 58 años que se acercó a uno de sus campos de golf de Florida con un fusil de asalto AK-47 y que fue descubierto apuntando a través de una verja. En un momento en el que se está quedando sin argumentos ante la más acertada dialéctica de Kamala Harris, estos sucesos dan oxígeno a Trump y le permiten presentarse como víctima frente a los ‘asesinos’ demócratas. Eso sí, todo esto, a la vez que lo beneficia, saca a la luz una de las tantas incoherencias de su discurso. Censura estos actos de violencia, y en nada estoy más de acuerdo con él, pero al mismo tiempo es uno de los firmes defensores de la normativa de venta de armas en Estados Unidos, la principal responsable de que dos locos cualquiera –los hay a montones en Norteamérica– hayan tenido acceso a un rifle. En un país en el que los tiroteos en colegios y en las calles están a la orden del día, que se dispare a un candidato a presidente resulta casi anecdótico y ya ha sucedido antes. La solución la tiene frente a sus narices, pero no parece interesarle.