El 6 de junio estábamos celebrando el 80 aniversario del Día D, el comienzo de aquel Desembarco de Normandía que dio inicio a la liberación del Viejo Continente del yugo nazi. Pocas veces la palabra liberación tuvo tanto sentido, con toda la épica, como proclamó De Gaulle en su célebre discurso: “¡París ultrajada! ¡París rota! ¡París martirizada! ¡Pero París liberada!”. Sobre la sangre, la infamia, los escombros, hubo quien soñó una Europa diferente, una Europa mejor. Como reza la Declaración de Schuman (1950): “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”. Ahí queda eso; aunque 80 años después estamos vendiendo la utopía a la primera motosierra que pasa por nuestra puerta. Tuve un profesor que repetía que la perfección no existe, lo decía en francés que siempre suena mejor. Añadiré aquello de que lo perfecto suele ser enemigo de lo bueno, porque las utopías suelen acabar dando bastante miedo. Pero hay que perseguir la utopía. Hace millones de años, la Tierra era el patio de recreo de unas criaturas imponentes. brontosaurios o T-Rex campaban a sus anchas. Y un día, pluf, meteorito al canto, y adiós. No hace falta mucho para borrar todo rastro de lo que en otro tiempo pudo parecer indestructible. Por eso hay que perseguir la utopía. Y no es fácil.